jueves, 16 de diciembre de 2010

El nacimiento de la tragedia



Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y de un ánfora sonora rodeada de pilas antiguas de lavandera. Mi infancia son recuerdos de dos robustos troncos secos erguidos en el invierno hacia el cielo nocturno y de una palmera de estrellas balanceándose frente a los astros melancólica, hermosa y vetusta. Una casa pequeñita en un patio centenario naciendo una vez más a la luz, a la música, a la vida y las bicicletas chirriantes y las sombras chinescas del gato pardo encerrado de por vida entre la baranda y el farol. En un edificio trágico, asolado, sin niños ni voces, pero lleno de sol y belleza, centenario, hubo de nacer la tragedia naciendo a la música que es la esencia trágica de todas las cosas de esta vida, de la vida misma. Funambuleros, folclóricas y cómicos en el yerro de la calle, el Conde Duque de Olivares, propietario en un entonces de la finca, la peste, el dolor, el hambre y la treta, los niños caídos al piso y el llanto de sus madres, los susurros entre sombras, la locura, el ingenio y la miseria, todos ellos errando por los pasillos entre la multitud de sombras asomadas a los distintos pisos, todos dirigiendo sus miradas a la puerta que nunca rozó el sol. La oscura puerta donde nació la tragedia entre néctar de vid, diálogo y amor, donde nació en soledad musicada, en la soledad del solo callado pensando en la soledad de la música del ser solo en el espacio abierto perdido encontrando la belleza del trinar de los pájaros, de las nubes, el sol, el hombre, de todo junto, traspuesto y atravesado, en un minúsculo dedal calle Santiago, 27, El Corral del Conde.

El sentimiento efímero de la vida



Pasa el tiempo raudo de la vida efímera corriendo a la meta que es el morir.
Siempre ha de soterrarnos en la tierra de siempre jamás porque la vida corta es, presto, y más lo será para aquel necio, efímero, que raudo piense que el sentimiento siempre se ha de alargar, que la muerte rápida, para la vida, es un bello final.

El sueño


Suena música de sueño de sombras; el gato de ojos de cristal erizado salta hacia atrás en la telaraña del sueño. Estremecido el cuerpo, ahogado en frío sudor de cristal de gato erizado, el sueño, espejo de vida en sombras. ¿Qué me decís, espectros, qué pretendéis de mí?. Sombras negras fugaces de la noche, me acosáis, no entiendo vuestras palabras que rápidas se precipitan desde vuestros trajes repletos de sucias sombras. Qué oscura oscuridad encontráis dentro de mí arrullándome en estrepitoso aquelarre, qué queréis negras brujas de la noche que susurráis veloces y me atenazáis el alma. Alejaos, os lo suplico con vuestra maraña negra que me quita el sueño. Dejadme la oscuridad. La oscuridad. Perros, husmean, jadean, se acerca por todos lados. Perros. Perros. Amor, espérame en el coche. Sombras. Perros negros de la noche, olisquean invisibles, alzan sus patas de sombras, atenazándome descarnados, arrastrándome hacia lo negro. Me acerco al cristal. La luz roja. Dolor, intenso dolor ardiente. La puerta. Los perros. Veo el coche, soleada amor. La lista sobre el corcho bajo la luz roja me llama junto a la mesa. ¿Qué desea?. Nada quiero, rojo espectro que me ahuyentas, sino ver si mi nombre figura en la lista. Miradlo si lo deseáis. Estrellas se funden. Llegan más negras sombras, temo, amor, la lista. La he visto, ¿dónde estás, amor?, ¿de dónde salís, espectros de la noche?. Los perros de sombras me hunden con ellos; ¿dónde estáis, amor, dónde os llevaron que llora mi corazón?. Los perros me persiguen. Luz. Aire. Temor. Vuelo sobre una plaza de casas antiguas elevadas, veloz mi corazón casi para. Reboto en piruetas sobre la plaza atemorizado y las perspectivas se vuelven locas, todo son pendientes que se agudizan, se cortan, extiran y se funden. Vuelo de un lado a otro de las agonizantes casas sobre la plaza obtusa. Todo me duele y caigo. Un garaje. Tres personajes reclinados sobre un sofa deshilachado entre paños blancos que comienzan a entonar un canto; mis oidos chirrían, ¡no lo quiero escuchar!. Cantan y danzan entorno mío entonando sus negros salmos que se me clavan en el alma. Tú. Tú. Tú. ¡No quiero escucharlo!…Callad, callad, malditos. Pero danzan y sus cuerpos se contorsionan estremecidos atenazando el muslo izquierdo con ambas manos desgarradas y entonando sus oscuros salmos con halaridos de dolor. El gato de cristal erizado. Me estremezco en sueño, el cuerpo cristalino jadea cuando un profundo dolor atenaza mi muslo izquierdo. Dejad de danzar, negras sombras, mi dolor se acentúa por momentos. Las negras iras de los espectros danzantes los consumen salmodiando desde carnes vanas que se derriten sin meta atenazándome la cólera del dolor mortal. Tú. Tú. Tú… ¿Dónde estás, amor?. ¿No estás?. ¿Te llevaron, amor?. Sal, llegó la luz del día y todo está solitario. No sé que pasó. Perros. Oscuridad. Tú. ¿Te llevaron realmente, amor?… El coche. La carretera oscura. Volar. Temor. Luz, aire y oscuridad. ¿Qué sueñas, ahí, dormido cuerpo?. Cuerpo, debes estar vacío. Temor. Amor, sé que ahora podría ir contigo, lo sé, amor, más allá de las sombras, lo deseo, ahora sólo soy luz, amor, podría ir contigo pero ¿podría volver?. Amor, si ya tan soleado fuera sólo sombra de sombra, ¿querrías eso, amor?. Cuerpo, duermes tan profundo, cuerpo , ser sombra aún deseo. Cristalino cuerpo, cristalino…

martes, 14 de diciembre de 2010

En el pricipio no era el verbo. Relato inacabado. Quizas en los comentarios podais acabarlo alguno


Vida y sucesos de un anacoreta callejero.


Cierto día soleado, Marta Adelfa en la plaza del Salvador, sentía el culo helado sobre el frío mármol de la estatua de Martínez Montañés; un par de hermosas palomas blancas jugueteaban aladas de una a otra cornisa por la fachada barroca de enfrente. Llega la primavera; el sol se acerca tenue a la tierra desliando su furtivo minué. Los naranjos resplandecen y la calle y la cerveza callejera con jolgorio alegran el pasear. En las proximidades el anacoreta pensando en la corte de Médicis las palomas observa. Marta Adelfa no sucumbe en su hablar; sus sílabas sensitivas se escabullen sin sentir silabeando sin sentido lo que con sentido no se acierta a decir. Extraño es que no se le escape el alma; puede que aquel par de palomas sean simplemente Platón y Sócrates disfrazados y que ella en un instante nazca ratón, pardo, ripio y leve como un joven actual. En fin, no para de hablar, y el anacoreta, cansado, del mármol frío despega su culo para entablar diálogo al pasear. En el principio está la serenidad; al anacoreta le huye el estomago y esto le produce leve levitación que con el andar concuerda pensamiento y con el pensar sintiendo el anacoreta entre el sultán de Persia que apura su cachimba y la niña guapa que sorbe su amargura, pasea embriagado de Sol. Uno y uno, dos, la pareja de guardias del asentamiento urbano, poco más arriba, muestran sus gestos de asnos que saben ser buenos siendo malos. Lastima que el hombre sepa que otros deben guardarlo de sí mismo. El anacoreta pasea arribado a sí en tierna melodía con los otros. Una mañana alegre de sol, todo un día alegra y un día alegre alegra una vida. El anacoreta que nunca pierde la sonrisa pasea por la ciudad de Sevilla sin rumbo ni camino por las calles conocidas. Pepito Picapulgas se acerca rantamplán con su carpeta entre pecho y brazo. “Hola, qué tal”. Paseando, ya ves. Pepito abre la carpeta para mostrar sus garabatos ansioso, culebreando para ocultar tras los papeles alguna revista vana. Ahora no, Picapulgas, he de marcharme. “Puedo ir contigo”. Se trata de un asunto privado. El anacoreta anda pensando fisiológico y piensa que el mejor remedio contra las dolencias estomacales consiste en una mezcla calipédica de pensar lo dicho verdaderamente cuando se desea Buenos días y conseguir no decirlo a nadie, quiero decir, que nadie signifique un sujeto que es buenos días. No sé; creo que el anacoreta se está liando consigo mismo por lo que no puedo dar mucha verosimilitud a este detalle. El anacoreta piensa que el pensar es sencillamente una masturbación sacrosanta que se realiza a sí misma como masturbación sacrosanta; piensa que es algo como nada; en fin, el anacoreta piensa que sólo se puede pensar y piensa pensador que nada trasciende porque todo es trascendente; a fin de cuentas, hablamos del anacoreta que alza sus brazos gritando paz al silencio como mi amigo Sergio. Puedo decir que el anacoreta es como un pescador tenaz o, como Ortega, un espectador impulsivo de los reflejos interiores de la perspectiva exterior. El anacoreta derriba toda frontera y creo que hasta me estoy liando yo. Sin más, el anacoreta es el sujeto concreto que no puede evadir el ser concreto; el ser siendo, pensando y sintiendo porque la vida es vida y ninguna otra cosa y todo está por descubrir. El anacoreta es un canto fugaz a la vida y al hombre. Y sin más preámbulos ni falsas esperanzas, un hombre como otro cualquiera que pasea la calle con la salvedad de a nada ser ajeno. El anacoreta es un entrometido. Cuando el anacoreta pasea la calle pensando y se tropieza con alguna niña que ría necia o algún muchacho gabacho hasta la insolencia piensa que la política internacional o de comarca o filosófica o como sea se resume sencillamente en un arriba y abajo. Entonces el anacoreta ríe por la simpleza de sus congéneres e inmutable anacoreta llega correcto a las puertas del simposium. Toc...Toc…Toc. Toc…Toc…Toc, despertarán los inquilinos de esta casa sevillana del infierno. Toc…Toc…Toc. “Espera, ya abrimos”. Y Fulanito da la bienvenida al anacoreta. “Quitaos esos zapatos”. “Esta bien. Dónde está Anacleto”. “Aquí aparece Anacleto de Híspalis para brindarte su bienvenida”. La bienvenida os he de dar yo; que os alzasteis, oh, Apolo de las letras españolas, a la cumbre más excelsa de la robusta sabiduría publicada y por publicar; oh, Anacleto de Híspalis yo te entrego esta corona de laurel que para tu hermosa y gallarda cabeza bordaron las ninfas de estrecho talle, que no otra cualquiera. Y Anacleto con su gesto de poeta trágico abraza congratulado al anacoreta y los dos ríen por el motivo que sea. “Entremos, pasemos al fin y serás presentado”. Pasan ambos a un patio desusado centrado por un aljibe alrededor del cual tres o cuatro plantezuelas brotan de un suelo calcilento. Dispersos por la claridad del patio varios aposentos asientan a sujetos iguales menos dos y cántaros albergan alegre vino en desacostumbrada cantidad. “Bien. Oh, yo, Anacleto de Híspalis, promulgo entre vosotros la virtud del desolado conocimiento efímero que tiene por fin y trama un solo ser; he aquí el amigo que esperábamos. Éste que ves a mi derecha es el hijo póstumo del larguísimo celebrado cómico Arístides, cómico y Arístides a su vez. Aquel cuyo rostro quebrado nos consume de ternura tiene por nombre Alcíbiades y es todo un hombre de medicina; de él habrás oído hablar. El que ríe con brío junto a Alcíbiades es el archiconocido filósofo peripatético Alpecius de Colonia, magnifico paladín de la idea fugitiva. Y aquí, por fin, Aleusís, joven poeta y laureado gorrión de la mañana alegre. Ahora que todos fuimos conocidos aposentémonos de inmediato. Oh, yo, Anacleto de Híspalis, doy por buena la venia de este festín, y quién mejor que yo para hacerlo, aconsejándoos, amigos, que no entremos en batalla si ello no es necesario, que a veces corre la sangre porque no corren las palabras”. “Estaremos de acuerdo todos los presentes cuando diga y especifique que este banquete ha sido concebido en honor del extremo ingenio de la emérita tierra, Don Anacleto de Híspalis, que tan magníficamente sabe hilar con los versos pasiones y, por lo tanto, sólo él debe ser el encargado de especificar, como ocurría en la hermosa Grecia, la vid de vino que hemos de beber. Por mi parte, Oh, Alpecius, sobrios beberíamos”. “Tanto cuanto sea posible -dice Aleusís”. Y Alcíbiades se enaltece con la vivacidad del joven: “Hermosa sea la juventud plena de amor, de vid y vida”. “Hermosa sea- repiten todos”. “Ya que el vino nos hizo venir -habla Arístides- justo creo sea justa la medida que vayamos a beber; no sea que por injusticia venga el vino a ser sangre”. “A vino habría de devenir la sangre –dice Aleusís.” En su justa medida es claro que no hace mal al hombre, dice el anacoreta, y entonces Anacleto de Híspalis decreta que se beba moderadamente y según el gusto de cada uno. “A lo que debíamos venir a parar, a eso vinimos”. “Pues bebamos –dice Aleusís-, a fin de cuentas, todo es vino lo bebamos o lo repudiemos”. “A todo se ama, incluso al amor”. “No habléis de amor que mal podemos soportar la cantinela enfermiza de la pasión enferma. Callad, no lo mencionéis y hablemos de la ambición u otro tema semejante que a vosotros, caros amigos, os embellezca u os importe. Así os habla Anacleto de Híspalis”. Por mi parte puedo decir que me encontraba sentado al pie de la estatua de Martínez Montañés pensando en lo inútil que es la ropa al cuerpo humano cuando el clima es agradable y la temperatura cálida. “Deberían las mujeres seguir esa norma”. “Oh, necio Arístides, hijo de Arístides, buscas la gracia donde no hay forma”. “En desacuerdo absoluto con vuestra posición me he de encontrar –replica alterado el joven poeta al filósofo amanerado-, forma, la más bella, la curva álgida de su pelvis, el febril tacto de sus pechos, la rosa cálida de sus brazos y una abierta en el centro. Si vos no admiráis un cuerpo de mujer no sois filósofo ni sois nada; ni siquiera sois un puerco como el cómico lo es”. “Qué cortés, este poeta, tachando a un cómico de soez cuando es él el primero que su amada desnuda y después de usada le da el traspiés porque con sus rimas ya se olvida o ya confunde su querer. Los jóvenes poetas sois advenedizos hasta el punto de no comer”. “En fin, baste ya está discusión y proponga alguno algo de lo que hablar que a todos nos proporcione gusto, que aburrido me habéis de tornar, oh, Anacleto de Híspalis, de seguir con tales parlamentos en orden al desacato de la autoridad personal de cada uno”. Magnífico –dice el anacoreta-, ya encontré de que hablar; justo creo que sería que si cada uno somos uno y, a fin de cuentas, lo que uno más ama es a uno mismo, uno ama una mujer principalmente, y todo en todo punto se mide y distribuye según la unidad; justo sería, digo, que nuestras palabras se encaminaran y se creasen con el único objeto de realizar el encomio de la unidad. “En todo punto son sabias tus inquisiciones. Anacleto de Híspalis considéralas válidas para el comienzo de la discusión. A ver, qué decís los demás”. Y todos se muestran de acuerdo con el decreto del poeta trágico. “He de señalar, no obstante, -habla Arístides-, que puesto que habrá primero y último a la hora de hablar, con el perjuicio que eso supone para aquel que como yo, oh, Arístides, se encuentre en póstuma posición; digo, se permita a esta discusión, ser ametódica y que cada uno desarrolle la unidad como más le plazca”. “Sin método –dice Alpecius-, a dónde hemos de llegar”. Mientras no lleguemos a nada me sentiré contento; dice el anacoreta y Anacleto de Híspalis, que bien sabe amarlo, vuelve a tomar por decretos las palabras del silencio. Bien, puesto que mi persona fue y no otra cualquiera, la que el tema de nuestras reflexiones expuso, justo será que sea en último lugar mi singular discurso, empezando por Alpecius que se encuentra a mi siniestra. Todos se muestran alegres y dice el poeta ya medio borracho: “Si he de hablar entre cómico y trágico; no podrá mi discurso sino ser tragicómico o parecerlo”. “Ebrio, te violentarás y habrá porque reír y porque llorar, pero, en fin, no midamos que necesitamos dos objetos y hablamos de la unidad, lo que significa, si acierto, que cada uno, cada cosa, cada discurso son uno y valen lo mismo en la medida que no pueden ser medidos sino dentro de sí mismos”. “Esplendido, éste es el paladín de la idea fugitiva. Seguid con vuestro discurso puesto que afortunado fue su principio. Oh, Alpecius, contad con los buenos deseos de oh, mí, Anacleto de Híspalis”. “Bien. Pues de lo que decía se deduce que la relación entre unidades no es política sino en todo caso una relación de uno a uno que se establece en tanto cuanto uno no pasa a formar parte del otro ni el otro del uno, y por ese mismo motivo la unidad es indivisible en cuanto a su autonomía y su decurso. Por otro lado, la unidad es la medida del universo y del todo originario que la mente de los minúsculos humanos interpreta como principio de lo que en parte conocemos, como conocemos que la materia está cargada positiva o negativamente de movimiento, o que si aplicamos ambas fuerzas contrarias o iguales se dilapidarían en diversas direcciones; de suerte que cada chispa del universo posee en sí cierta cantidad de esta controvertida inercia constante. Por ejemplo, si un hombre a caballo ensartase sin piedad ovejas pensando que son valerosos guerreros de inmortal nombre; y si, a su vez, el pastor de dichas ovejas incomodado imprimiese movimiento a la inerte piedra, que pasajera rápida sería del aire, y tras su viaje con su inercia negativa colapsará el movimiento positivo del hombre en feroz lucha, y con él en el suelo fuera a dar quieto y acongojado, habríamos percibido un asteroide inerte que es expulsado del campo magnético de un planeta encolerizado para entrar en la corriente de otro colérico y alocado cuya explosión magnánima haría por derruirlo todo. No sé si este ejemplo es válido pero si que es bello”. “De acuerdo nos encontramos”. “En fin, lo que se desprende de dicho ejemplo es lo siguiente; escogeremos de las unidades un número para hacer del análisis algo sencillo; tenemos el pastor, el guerrero, la piedra y la oveja…”. “Y el ingenio de Cervantes –dice Alcíbiades”. Eso es indudable; dice el anacoreta. “Pues bien, el guerrero es unidad puesto que es orden y caos y viendo a la susodicha oveja como unidad decide hacer en ella, que no cambiarse con ella o tergiversarse ambos; entonces emplea su movimiento positivo para hacer cambio en el movimiento de la oveja; es decir, la unidad decide troncarlo, en esta ocasión, de positivo a negativo; troncando el de otras tantas de positivo a veloz. He aquí que llega el pastor y… bueno, ya saben, nadie tolera el imperio del otro, nadie tolerará al que por fuerza lo gano y con fuerza lo gobierna. Pues todo aquel que no sabe gobernarse arde en deseos de gobernar a los demás, de doblegar vecinas voluntades, conforme al capricho propio, es decir, el pastor, que es un buen hombre, no es unidad, quiero decir no se percibe desnudo como el guerrero y piensa que son parte suya y de él sus ovejas siendo ellas, lo quieran o no, unidades. Estoy de acuerdo en que el guerrero debía haber respetado lo que otro sentía como suyo y propio, pero eso no viene al caso ya que el guerrero combatía entre propios y pares. Por fin, el pastor agarra la piedra cargada de movimiento negativo por la atracción gravitacional y la lanza insuflándole un movimiento positivo con la intención de actuar de esa manera, gran pericia la del castellano, sobre el movimiento positivo del guerrero y truncarlo en negativo, en fin, el pastor es y deja de ser unidad para con el guerrero, como decía Goethe, y, de ahí, que se sostenga el sistema; y, por otro lado, llegamos a la conclusión de que las relaciones entre unidades se miden en parámetros de movimiento y cambio, como ellas mismas son, a su vez, movimiento y cambio sobre el plano de la unidad, y ya expusimos que la unidad debe respeto a la unidad para no dejar de serlo porque la unidad es unidad o deja de serlo. Deja de serlo en tanto en cuanto comienza a ser política ya que la política implica medida y relación con respecto a unidades exteriores a la propia unidad, en cierto modo se puede decir que la unidad es diplomáticamente apolítica; más o menos como el árbol o el gorrión, pero no significa por esto que sea dada a la inacción ni a la vagura que se contempla diariamente, sino que resulta sentir/pensar al árbol, a al flor, a la unidad como necesidad de acción, como un planeta o la luna o el sol actúan sin actuar hasta su muerte. Tampoco hay que pensar que se trate de un automatismo sino que la unidad sea cual sea, es unidad en devenir, que puede necesitar de ciertas condiciones físicas para mantener estables su cambio y movimiento y que está tan atada a lo concreto como a lo ajeno en todo momento. En fin, el Universo es una máquina realmente compleja en la que todo se refleja a sí mismo y por semejanza se distribuye conforme a la unidad en cambio y movimiento. La unidad, por lo tanto, es unidad sola que ha de mantenerse y hacerse a ella misma libre con el universo, es decir, consigo misma, sin tergiversarse con nada pero, si así me permitís decirlo, liándose con todo de forma serena y reflexiva”. “Afortunadas y sucintas me parecieron tus palabras, oh, Alpecius, paladín de la idea fugitiva; oh, yo, Anacleto de Híspalis decreto que es turno de pregunta”. Y entonces dice el joven poeta: “Muchas ideas y muy bien dichas, Oh, paladín, tal o cuál es mi pregunta”. “Conociéndote, gorrión, hice por no dejarlo todo dicho, no fuera que tus alas vacilaran en el viento”. “Pues ya que algo digo permítaseme seguir y quedaré contento. En fin, que la unidad son muchos sujetos que la unidad puede siquiera no conocer. Tantos sujetos como hay en el cielo, en la tierra los hay en una sola cabeza. Toda unidad se resume tiernamente en una palabra: intuición; ¿o no es cierto que el cosmos envolvente; así como el árbol que agita sus ramas al viento o el ruiseñor que vela nuestro sueño o la amada que duerme sencilla, momento a momento, como una flor; no es cierto que no son sino intuición de vida?”. “Ya que empezaste, poeta; podías, al menos, ser claro en lo que dices”. “Hablo del origen de tales cosas; de dónde nace el árbol, el pájaro, la flor o la mujer; son creación ininteligible de la misma vida y a eso llamo intuición vital, esta intuición vital se podría explicar como movimiento repentino de cambio o cambio de movimiento repentino, es decir, la unidad es a la vida, como la amada al sol, quiero decir, que movimiento y cambio son dados a los cuerpos en devenir como al sol le es dada su rotación por esa inercia controvertida que el filósofo despachó; a esa inercia de muerte y vida, de vida y muerte, es a lo que llamo intuición vital. La unidad se crea, no es inmutable, y toda unidad es creada por una intuición vital. Así un poema como una sátira son productos de ella, es decir, materializaciones no de sentimientos, ni conceptos sino intuiciones de, si así lo puedo decir, el sentimiento del pensamiento”. “Va a salirnos este poeta descarado”. “Ya percibo, oh, mí, Anacleto de Híspalis”. “En fin, sería lícito, en su caso, decirlo así desde una óptica meramente humana pero en el plano de la unidad hay multitud de ríos, cañones, gargantas y cordilleras, por lo que prefiero la intuición vital para este caso concreto”. “¿Y como se puede decir que la unidad piedra ha sido creada por la intuición vital que ha aflorado en el momento que el sabio golpeaba la roca con su atril?”. “ Cierto es que no es mejor rigor ético que poético puesto que ambos son unidad, como el filósofo acertó a decir, pero, aún así, no puedo remediar el remendaros con palabras anteriores: la unidad piedra nace del golpe sabio del sabio mosqueado a consecuencia de la intuición vital que es movimiento repentino de cambio o cambio repentino de movimiento; en fin, de cómico parecéis necio, y con esta asombrosa alocución de un poema en verso del poeta en cuestión, de esta charla desisto.

Porque sin deseo de amor, no puedo más que amaros
Y puesto que para la loca risa cuando marcháis quedo
No puedo sino sentir dolor cuando de vos me parto
Y escribir estos sentidos versos que por vos merezco.
En otro tiempo, en otro lugar, encuentro el sosiego.
Sin ti, risa, locura, vida, en solo silencio me hallo
Y liada en los retazos leves del olvido encuentro
La lívida sonrisa que mi corazón ha trastabillado.
No puedo quererte, sabiendo que aún te quiero.
Tú necesitas amarme, sabiendo que aún te amo;
Y a traspiés caminamos tropezando con el veo veo
Sin ver nada, todo sintiéndolo con el sol cambiado.
De tus tenues ojos he hecho racimo de jacintos,
De tus cálidos brazos brotaron ramas de laurel,
Y coronado con la flor de primavera sobre el plinto
Canto solemne la nostalgia de un pasado aquel,
Que es un fue, un será, y un es enamorado”.

“Esté bien. Bridado. Oh, yo, excelso poeta trágico Anacleto de Híspalis, decreto que corra el turno en su justo orden; hable pues Alcíbiades que a él le toca”. Y dice entonces el anacoreta: “Gloria al joven poeta que sin saber versa rimillas tales”. “Gloria a Tales –dice el filósofo”. “Gloria – dicen los otros”. Y dice Alcíbiades: “Pues bien, como médico hablare sobre la unidad, que es tanto como decir que hablaré como buen político, que no mequetrefe común. Quisiera puntualizar antes de mi disertación que el sistema que se desprende, oh, Alpecius, de tus grandilocuentes palabras, llevado al extremo próximo, se instituye como utopía”. “Bien dices, caro Alcíbiades; pero eludiste que la utopía es concepto político mientras que el sistema de unidad es apolítico como el sol o una estrella lejana o la relación que mantienen la luna y el mar, que no son en absoluto utópicos y sin embargo constituyen unidad. Aún así no pensamos aquí para sistema sino por nosotros”. “De agradecer son tus palabras, oh, magnífico Alpecius; constituyen unidad –dijiste-, y con eso estoy de acuerdo como podría estarlo el joven poeta, ahora bien para hablar de unidad hemos de hablar para sistema ya que las unidades se tocan y relacionan, aunque sin tergiversarse, para un fin común ya sean sus medios y principios dispares. Así como las distintas unidades que encontramos en la sangre se tocan sin tergiversarse actuando todas para la consecución de la vida orgánica, del mismo modo, la sociedad de humanos busca la paz, es decir, una unidad, y quizá por eso no la encuentre teniendo en cuenta los principios de sus medios y los medios de sus principios, así como sus principios mismos y su carencia de unidad. Pero, en fin, dejando a un lado la medicina general iremos a la concreta; hoy que el pensar en la existencia de un alma trascendente sólo es cosa de risa o pretexto poético de las rimas de algún poeta tarado o de alguna anciana beata; hoy que cuerpo y mente se perciben como unidad, esto es, como debe hacerse, y que se sabe que ambos se entrelazan física y químicamente a cada instante no pudiendo conservarse como unidades sin tergiversación; hoy que la ciencia se transforma en locura, en tergiversación de la unidad e ignominias similares; hoy que las amas de casa se atiborran de fármacos y el niño se quema porque olvidó la estufa puesta; hoy, digo, o mejor, pienso, hay tantas o más enfermedades que acucian al género humano en cantidad e importancia, y es evidente que corremos de la enfermedad física en masa a la enfermedad mental colectiva. Diréis que qué tiene que ver esto con la unidad; pues bien, en lugar de la unidad yo hablaré, sin ánimo de contrariaros, de la carencia de la misma o de aquellas cosas que la hacen carente de sí misma. Bien sabéis que el cuerpo humano puede ser metaforizado, como hiciera el filósofo, en máquina; y bien, a la pregunta qué necesita una máquina, cuál es condición necesaria para el buen funcionamiento de una unidad, responderéis raudos que se trata de que sus piezas tengan una cierta proporción entre sí; que encajen en un esquema indeterminado pero preciso, es decir, para el correcto funcionamiento de la unidad se hace necesaria una cierta serenidad entre los elementos y una cierta serenidad de su conjunto para con su conjunto. Y ahora nos preguntamos, como hiciera el pensador, de dónde mana esta serenidad, de qué eterna fuente oculta ha de beber la unidad en mal funcionamiento, en caos y locura sumergida; y entonces Sócrates y algunos otros tienen mucho que hablar. Pero, además; qué significa esta serenidad para una máquina en devenir continuo cuyas piezas o cuyo conjunto, por así decirlo, están al borde del acantilado cada segundo; y lo que a algunos les parecerá más importante, porque el hombre, a fin de cuentas, sólo busca serenidad pero la confunde con seguridad, ¿es esta serenidad constante e inviolable a partir del momento en que se adquiere?. Y entonces, en este último punto, nos encontramos con la paradoja, o aquella cosa que los científicos llaman concepto de entropía que a vuestros álgidos entendimientos resumo en que la serenidad y el caos se pertenecen, y, en última instancia, siempre aflora el segundo sobre la primera en el momento que sea, sea pasajero o eterno como ocurre hoy. Aún así he de distinguir por distintos ambos entramados ya que mientras este último es consecuencia de la enfermedad colectiva y de la no unidad, el primero es un proceso –yo diría- físico que, como dijo el filósofo, es reflejo de lo que ocurre en el propio Universo, santo y seña de la unidad. De todo esto se desprende que la causa de la enfermedad es que o construimos la máquina con piezas fabricadas a alta velocidad y, por lo tanto, poco precisas, como suele ocurrir en el caso de las tareas humanas; o que piezas ajenas a la unidad son introducidas truncando su buen funcionamiento; o que, en algunos casos, una máquina construida aceptable e incluso sólidamente es introducida por una inercia de movimiento mayor y exterior en un entramado de dimensiones alejandrinas en el que las ruedas humean a velocidades que acaban por desquiciar la máquina original y sana. Como médico habría de prescribir cura al enfermo pero como político o apolítico percibo que su enfermedad es la medicina propia del enfermo, es decir, que la única medicina de la no unidad es la no unidad que se encuentra para consigo misma revalidándose como unidad. En fin, creo que para médico ya cumplí y, así, vuestras preguntas e inquisiciones, si las tenéis, espero”. “Pues no esperéis mucho que a mí, oh, rápido Arístides me toca hablar”. Oh, necio Arístides, como tu padre ligero, como tu padre falaz, sin ofender, claro”. “Claro u oscuro no me ofendéis, aguilucho, sino que resulta al contrario que las palabras de enemigo son grandes aliadas”. “Llego a medir que los cómicos para ser cómicos habéis de ser entresacados y truculentos”. “Los poetas son cómicos maricas y los filósofos sois cómicos adulterados; los políticos son peleles de guillotina y los escritores cómicos de salón, en fin, ni unos ni otros se salvan de ser o estar como entresacados y algunos como imantados por un éxtasis místico o fenómeno de similares consecuencias.”. Intuye el poeta trágico que hay el cómico lleva razón y sin saber ninguno a dónde o cuándo o quién se reclinan en sus respaldos para entonar el vaivén escuchando embriagados al cómico y sus tropelías. “En fin, como decía, ya que el médico habló de sus sistemas, yo hablaré de los míos. Bien, la unidad es unidad y las unidades son sistema que es unidad, como dijo el mencionado matasanos; yo como cómico hablaré de la unidad/asociación concreta de unidades en un momento preciso e indeterminado, sin ir, como comprenderéis, a plantar las cosas en estratos celestes, quiero decir, que me quedo con el hidalgo y con su Sancho, que bien me placen. Dentro de la cabeza de tan Quijotesco rufián se confunden las unidades, sin confundirse, de un modo completamente admirable y lleno de vida y extremo entendimiento. El mencionado sabio ve lo que quiere ver y por tal osadía lo que el quiere ver es lo que ve. Como aquello del grande Voltaire que venía a decir que sólo hay que esperar que las unidades acucien un movimiento indeterminado pero preciso para que ese movimiento se suceda como es de esperar. No sé si era esto lo que el voltio ilumino pero algo así quiero aluminar yo; en fin, no se trata, de todos modos, de una espera sino en todo caso de un suceder, de un destino, de una intuición, y esto significa, de una palabra, un segundo, un ya, una decisión por necesidad primaria, perentoria, única y diversa, como decía alguno, similar al sol, o sino como la enamorada acaricia sin pensar y el enamorado pensando. Cuando una enamorada acaricia el pene erecto del amado no puede sino pensar que es algo oblongo y maleable que incita al juego o a besarlo como si fuera un perrito o acunarlo como a un gorrión. Tenemos una unidad que actúa sencillamente para con otra unidad y vemos de maravilla, si atendemos a lo que digo, que la relación se establece como momento in disoluto en la corriente temporal porque está empapado de esa serenidad que proporciona a las unidades un trato instintivo, intuitivo o, por así decirlo, animal. Se puede pensar que el pensar es, a fin de cuentas, como un cáncer que acusa la vida y, de ahí, que el hombre que no lo frecuente ni conozca, lo rehúya como huye un elefante de una sabandija. La unidad no quiere pensar; necesita el actuar, es un compendio de movimiento que centrifuga como la vida o los celestes y, a la vez, ejerce un movimiento centrípeto que culmina el proceso. Ahora encontramos que el pensamiento es centro, es dentro, es fuera y es movimiento, y las unidades dispersas, es decir aquellas que actúan más de la cuenta o lo que es lo mismo sin pensar, se apartan de él. Pero la pregunta es a dónde va a parar todo esto. Necesitamos, como cómicos, una asociación de unidades que forme unidad y porte la gracia y encontramos que la amada juguetona tiene la suya para con el amado pero, por otro lado, vemos que si el amado actúa más de la cuenta, es decir, si es cómico o necio, la amada acabará cansándose de tal miembro de la comparsa para mandarlo al cuerno. De ese modo, como decía, lo que necesita la relación entre dos unidades para conservarse como momento in disoluto, para ser intensa, intuitiva, instintiva, es que la gracia se haga presente en ella y en ambas unidades por separado. Y ya es tiempo de pensar en qué consiste esa gracia que por ser tan complicada seguro que se encuentra y se expone sencillamente. Pensemos este enunciado por ejemplo

jueves, 9 de diciembre de 2010

Epistola a los Vientos


Queridos vientos:

Siempre pensé que si el mar y la peña se rendían allá donde estuviesen a vuestra furiosa ubicuidad, el hombre no debía ser menos entre hermanos y, de esta forma, os encontré, os vislumbré y acaricié y os acaricio cada día en el alma de los humanos con vuestras necedades, complicaciones y suma belleza. Los vientos habitáis sus corazones y en un corazón habito yo, así que se me ocurrió dirigirme en persona a tan magnas autoridades con la intención de amainar vuestra necedad y encolerizar vuestra belleza. Atendáis a mi humildad ante tales propósitos que nadie soy, nada sé y sólo a mí me dirijo teniéndome en lo profundo, como a cualquiera, por el mundo entero. Sois entes, los vientos, engendrados en las sombras más profundas y bien sabéis que nada de las sombras, cuando sopláis, queréis saber, sois fugitivos y presos, de la vida engendráis llanto y del llanto vida y en la vida felicidad que siempre ha de ser fugitiva. Debo ser sincero, vientos, de vosotros huyo como de los necios y como necio siempre en vuestras redes voy a caer, siendo mi vida feliz y esperando no sea fugitiva, qué bastante tenemos ya. En fin, como socaváis lento y constantes la piedra, tragáis como Saturno la vida de vuestros hijos a dentelladas de intensidad, pálpitos demasiado humanos imprimís que los corazones no saben bridar y anda el mundo loco, acá abajo, con vientos que aparecen por todos lados como si fuelles habitaran las esquinas. Vientos erais cuando sólo existía el páramo y la ceniza. Vientos sois en los corazones humanos. Vientos seréis después. Pero si el viento antes soplaba de norte o sur o este u oeste, o noreste o combinaciones y rarezas; hoy agita confuso confundiendo los impulsos de tal modo que anda el mundo dislocado sin saber si tiene pies, manos o cabeza, buscando, como un arlequín desfigurado, los tres pies al gato pardo, en todas direcciones, presa de la desesperación. Atendáis a que llamo vuestra atención como leal súbdito que no como soberbio necio, y avistéis que toda tormenta hoy nace de la vanidad y de la tontería, que vuestro nacimiento al corazón humano, álgido, sublime, pletórico de belleza y pleno de sutilidad, hoy se vulgariza vulgarmente en cualquier esquina por la ignominia que sea. En fin, parece ser que confundisteis las sombras de sombras con las sombras a secas; y atendiendo a vuestro magnánimo entendimiento se despide fugaz:

Un criado de sus majestades.

Essai sur le Homme


El objeto no es el hombre. El objeto soy yo. O, mejor, carezcamos de objeto para encontrar el sujeto concreto que no parar de pensar que los objetos no son más que meros sujetos que hacen de uno mismo el objeto más falaz. El hombre confunde hasta lo inesperado; entre la sutil dulzura del pecado y las confusiones que nacen del materialismo, el hombre se ha transformado en una maquina del amor cortés y del corpóreo idealismo, del placer que no lo es y que ni siquiera capta el sentido, estupidizado. Antes soledad que sociedad, el hombre es una masa obtusa carente de toda lógica vital; la vida no es vida, se vive sin vivir, todo dentro y todo de fuera el hombre cansado hasta la saciedad se retira a dormir. ¡Qué vergüenza del hombre que no sabe olvidar aquello que no importa!. En fin, el hombre es un ser sumamente distraído y como no levanta la cabeza todo se condensa para abrumarnos al levantarla, inclinando las cabezas al suelo. Como el joven enamorado que tropieza con el escalón allá donde se lo halla, y creando en su cabeza damas más bellas que la suya, no se atreve a levantarla no sea que su amada linda lo esté acechando dispuesta a sumirlo en un mar de dolor; de la misma forma el hombre yerra la vida. ¿Cuál es la forma por la que el joven supera su trauma?. Sencillamente, como todo hombre, dándole coherencia, es decir que al percibir la imposibilidad de salvar las bardas de la doncella, aún sabiendo de la más bella, optará sin remedio por "el mejor mundos de los posibles" y Dulcinea, a partir de entonces, será la más bella del lugar. De lo que se deduce que el hombre conoce lo posible pero se conforma con lo estable a cuenta de su misma potencialidad y a costa del peso estable que no cree poder voltear. El hombre conoce la libertad, por lo tanto, pero no está dispuesto a asumirla, es decir, el inmenso problema del hombre es su pusilanimidad. Se miente el hombre en infinidad de ocasiones debido al estúpido sentido romántico de la existencia y del querer y la necesidad. Sólo mienten los cobardes; no hay cobarde más grande que el enamorado ya que consta de dos en lugar de un sujeto a conservar, y de uno frente a dos cuando por lo común ya se ve postergado en la grandeza que podría ser por el mismo. El hombre no se entretiene con dos y preserva celoso todo lo que puede preservar le pertenezca o no le pertenezca, le importe o no le importe. Es decir, el hombre es cobarde y avaro como el amante, y el cobarde es aquel que teme porque tiene algo que perder, cuando está desnudo; es decir el cobarde es ciego o astigmático o miope. En una ocasión escribí: el amor es la necesidad que siente el hombre de unirse con todo aquello con lo que por origen se pertenece y que el devenir ha dispuesto como complementario de su ser. De lo que se desprende que el amor es un ansia de origen. Y el origen qué es. Qué origen. Las cosas nacen o nacieron de su mera no existencia, como la dejadez que precede el enamoramiento y en la que el futuro enamorado se humilla y desprecia mil veces en su vida, en su estado; y acaba proponiendo aquel objeto que se fijó levemente- por otros motivos muy sinceros y elencos- como el fin de sus males tan profundos, su enamorada. El ser viviendo sin vivir en él, en el principio de la vida siempre está la muerte y qué es la vida y qué es el hombre sino amor. El hombre ama la música que sinua viva, el supermercado de niñas lindas, hay hombres que aman la duda y aquellos que aman el perro o al transistor. Hombres que aman no amar y otros que aman a mama, o al nene del taller o a la guapa de la esquina. En fin, amamos. Nuestra vida se estructura a través de una lógica amor desamor con sus respectivos procesos físicos y vitales y coercitivos ,y de ahí hemos de partir para llegar al sujeto concreto que no para de pensar que los objetos no son más que meros sujetos que hacen de uno mismo el objeto más falaz.

martes, 7 de diciembre de 2010

Fabula sin brío


Amanece. Un Sol frío de ocaso. Ernest Heminway está sentado en la azotea. Durmiendo. La luz va despertándolo. Se levanta; ojea sobre la barandilla: La calle de las fruterías despierta con su olor paradisiaco de manzanas y grosellas, cebollas y limón; aún no circulan automóviles y los verduleros, gordos y rojizos, sacan enormes cajas de puerros y patatas y acelgas. Ernest se pregunta
por qué los verduleros suelen ser obesos lo que a su entender se escapa a la razón
Aparece en escena un cartero. Porta un enorme paquete sorpresa que entrega al dependiente de El dios de Samuel. “¡Samuel´s god!”. Ernest deduce: debe ser judío. El muchacho, enclenque y bajito, lo recibe con seriedad y corrección. A Ernest plantado en la azotea le tiemblan las manos soleado por la curiosidad, por la emoción de recibir un trasto tan grande, de saber qué esconderá. Ernest ha intuido de inmediato que es una porcelana que representa a Proserpina en azorada huida por un bosque de hadas o quizás se trate de un congelador o de la herencia de sus parientes que perecieron en Auswitch. Ernest no puede soportar más y encamina sus pasos hacia la sucia escalera, recóndita y escarpada, que permite el acceso al piso. Una vez abajo, tras pelear con un par de ratas, escapar de la ninfómana peluda que caza en el segundo y de las afiladas garras del camello de coca que pasa las papelas mal compuestas en el descansillo, Ernest se siente más feliz. “La calle que extraño lugar –se dice- por qué el hombre desde tiempos menudos habrá descansado sus huesos en la incertidumbre y la agonía del espacio abierto, insondable, imprevisible; por qué el hombre debe ser social. Dedicaré el día a este pensamiento”
Ya el sol ilumina el pavimento que no ocupan cestas de naranjas, ristras de ajos y mazorcas de maíz, entre toldo y toldo de colores pálidos, junto a hombres secos con cara de fruta. Ernest husmea el género de garbanzos gordos y garrapateados, habichuelas y lentejas y arroz, que reverdecen los estantes del puesto Samuel´s God. El judío cuenta preciso tras las bardas de su corral junto a la caja antigua de hierro forjado los pecados cometidos el mes pasado mientras Ernest, ávido, movido por la astucia se introduce hacia un tonel de aceitunas silencioso cual búho con el deseo irreprimible del misterio del deseo. “¿Contendrá algún secreto escrupuloso?”. “(33, perdóname yavhé.)¿Qué desea, caballero?. “Pues bien… la verdad… ahora que lo pienso…en fin, deme un puchero de garbanzos”. Ernest sale de la tienda, cobarde, derrotado, arrastrando sus pies por la polución del tráfico hacia otra acera con más sabor.

Garçon

Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver, cuando llorar quiero no lloro y a veces lloro sin querer. Juventud ya marchas. Edad Crítica, sin sueño de amor en los brazos de la clepsidra de la mecánica moneda, donde exhausta expira la curiosidad divina que no se llora porque no se paga, y se llora sin querer. Juventud, divino tesoro, ya te vas sin sueño de amor para no volver. Edad Crítica, cuando llorar quiero no lloro y a veces lloro sin querer.

Gran Partita

…y con sólo veros
dejaros siempre de ver.
Garcilaso
Sabio, poeta y filósofo merodean por una cuneta de espaldas a la gran ciudad. El sabio observa el suelo y de cuando en cuando levanta la cabeza despistado para pronunciar algún improperio; el poeta mira el cielo ensimismado y el filósofo escucha atento el trinar de los pájaros y la sabia surcar los troncos de los árboles escuálidos de carretera. “Podíais andar más lento”, dice el poeta. “Pensamiento y movimiento son todo uno”, responde el sabio, y el filósofo, nada anacoreta: “en la contemplación todo sucede muy rápido”. “En fin, nada hay dentro que no se mueva hacia fuera”. Y dice el poeta: “Cuando amo solo sólo se amar”. Y dice el sabio: “Cuando siento sólo se pensar; cuando pienso sólo se sentir”. Y dice el filósofo: “Pienso luego existo; existo luego pienso; pienso cuanto sé sentir, siento cuanto se pensar”. “Dejémonos de galimatías que en el mundo hay mucho que versar”. Y dice el sabio: “Todo queda, nada falta” y el filósofo queda en silencio. Pasa el tiempo. Dice el poeta: “El tráfico del hombre me ofusca el pensar”, Y dice el sabio: “Y ensordece la brizna”. Y el filósofo: “Por allí se acerca una arboleda de eucaliptos; pararemos a reflexionar que tengo los pies desnudos de tanto pensar”. “Mente y cuerpo son todo uno; la vida es intuición; el poeta sobre esto tendrá algo que hablar”. “Música de minué que se deslía distraida bajo las ramas del almendro”. “Colgado debías estar”. Y el filósofo: “Ya llegamos; reposemos”. “Los filósofos siempre parecéis comer en exceso” increpa el sabio y el poeta congratulado ríe. “Gracioso sabio, siempre dormido y siempre despierto”. “Siempre vivo y siempre muerto, querrás decir”. “ Aquí están los eucaliptos- dice el poeta- verde viento, blanca rama”. Y dice el sabio: “Yo os saludo”. Y dice el filósofo: “Pobre poeta que siempre pierde el sentido en aras de la belleza” Y el sabio: “Poca cosa hay que no sea bella. La adulación sólo produce risa”. Y entonces el poeta queda serio: (Qué chispa). “Profundo dolor del que sólo sabe ser en lo que no es”. “¿Dolor?. Sólo necio ha de ser”. Y dice el poeta: “Los trágicos sólo somos una suma de nuestro dolor”. Y suenan las ramas de los eucaliptos y dice el sabio: “la sabiduría de todo se ríe”. Y dice el filósofo: “Pues, marchémonos”. Y entonces suena la gran partita y el viento estremece los eucaliptos y un coche pasa raudo y un niño atisba por la ventanilla húmeda la sombra de tres sombras andando y discutiendo etéreos a lo lejos.

http://www.youtube.com/watch?v=RrLplgSCkO0

Guitarra a dos cuerpos


Entre un pincel y una guitarra hay una melodía y entre la melodía y el sentimiento una metáfora. Sólo dolor trágico en la boca de una guitarra solitaria guitarreando, rimando cuentos de Hamlets y gitanos en el ritmo perdido de una voz. Sólo agudo dolor de verdadera vid de ebrio corazón. Risa y amor mueve los corazones, los corazones son naturaleza de amor. No sufrimos, la guitarra suena y la risa guitarrea en el corazón de dios. Todo es verdad y mentira, y todo es una guitarra rugiendo en el corazón de dios. Sólo alegría, vida, solo amor de guitarra lasciva, encontrando el calor del sexo, del amor, de la vida, en la melancolía de un pedazo de madera, en los brazos tendida, como el alma de la tierra, el fuego y el dolor.

Haciendo camino


Hola:
Esta es la carta de amor más melancólica y dolorida que probablemente jamás escriba en mi vida. Te tengo cerca pero estas tan lejos al mismo tiempo que mis manos quisieran tocarte y mis ojos te ansian mas ninguno te encuentra.
Sé que soy un desastre, sí, y lo seguiré siendo; yo nací así aunque me perdiera y con esta pena que llevo, pesado hato de los recuerdos, me basto.
Estoy triste, nostálgico, cansado y pensativo, ¡oh, desgraciado amor quién de ti pudiera, como el gato o el gorrión, olvidar tan fácilmente!. Me duele la cabeza y duermo poco y mal o mucho entre pesadillas lo cual me trae desconsolado el vivir. Siempre cuando enmudecen todas las cosas sólo el reloj tictea y retumba algún ruido nocturno asaltas mis reflexiones que acaban patas arriba; me duele el corazón, me falta el oxigeno, encuentro en cualquier sitio y tropiezo constantemente con cosas que te conciernen, acá un cabello pelirrojo, aculla tus minúsculas letras, tras de mí algo que dices; en fin, tu eco nunca abandona este ser.
Has sido la primera; así se me plantea el ánimo que de ti sentía apetito. Queden las cosas como están pues arribamos, a fin de cuentas, a este puerto y pues las despedidas cortas, por intensas, siempre fueron mejores: Adiós, Amiga.

Homenaje

A las puertas de un garito maloliente con tarta de cumpleaños discuten a sobresaltos sorbiendo la pipa de kif, efímera como la misma vida, la moza chulapa, la sanguijuela alemana, el terco pescador y el autor en sombras, husmea la vasca y rechina los pisos verdes el que cumple años con güisqui barato y compañía de discoteca juvenil. La vasca: “miau¡¡¡”. “¿Lo probaste?, tiene el paquete como la peluca de una loca”. “Asqueroso, lo tiré”. “¿A la primera?”. “A la primera, no más”. La chulapa: “¿me congratuláis, nenes?. “A la primera, os lo aseguro”. “Miradlo, no hace más que dolerse”. La chulapa: “¿Qué significa congratuláis?”. “Os confundís de sujeto”. El negro sibarita, el chino preparati y el topo metomentodo junto al carro comienzan ebrios a violentarse. “El caos existe de seguro; no busquéis que buscando nada se encuentra y sin buscar esperad no encontrarlo”. La vasca: “Miaauuu¡¡¡”. El alemán: “Guauu¡¡”. La moza: “me congratuláis”. El negro: “la rabia..”. “La televisión dicta la naturaleza de la vida”. “Encaucémosla”. “Destrocemos un televisor”. “Acabemos mejor con todos” El chino preparati quiere estudiar filosofía y, en sus ratos libres, violar alguna viuda. “¿Me congratuláis?”. “Os aseguro que os confundís”. “Equivocáis el sujeto”. “No perdáis la materia y ¡Viva España!”. “Los españoles tocamos el cielo”. “A veces la niebla es espesa y las nubes demasiado bajas”. “Aún así hacemos lo que queremos”. “En ese caso, instauraremos la guillotina eléctrica en Puerta del Sol y que pase todo el que muera contento”. “Está bien, serviremos unas copas”. “Traedme algo ligero”. El pescador: “¿no bebes?”. “ Estoy cansado”. “Yo soy un triste borracho; la chulapa no me hace caso”. “Piensas demasiado en el sexo”. “¿Y qué quieres que haga si sólo somos eso”. “Juegues o no juegues, no confundas, no digo que lo dejes sino que manda el deseo y sólo es una manera de desear el sexo”. “¿Pues no somos animales al menos veinticuatro horas al día?”. “Actuando, no pensando, para pensar hay toda una vida entre animales extraviados”. “Ahora que lo dices, mi madre me lo decía”. “Juzga si debiste hacerle caso, y escucha: “ámate a ti mismo y los demás te amaran”. “No entiendo”. “¿Me congratulas?”. “Comienzo a entender”. “No lo haces; el amor para uno es amor para los demás, verdadero amor que palpita en sus corazones. Hay que escupir al rostro de la vanidad”. “Me pierdo, en qué mundo de fantasías vivimos”. “Veo que entiendes lo que te digo”. El Alemán: “No digas que todo es sencillo si tú todo lo embarullas”. Miauu¡¡¡ dice la vasca y se congratula la moza de amor ajeno a sus inquisiciones. “Hay que hacerse un hombre; encauzar la rabia española para conquistar nuevos continentes”. “Hermosos continentes; no pido más”. “Que así sea; a partir de ahora seamos hombres como los ríos son ríos y van a la mar”. “Habrá que servir más copas”. “Sin escuchar, ya llego”, y llega el cumplidor con agrias copas de champan para festejar sus años de mozo ilusionista. “Ya llegas, te vemos, pirriplín”. “Copas os traigo”. “Bienvenido sea el pescador que a cuestas lleve su mar”. “Nuestra amargura trae en sus brazos”. “¿Me congratulas, nene?”. “Faltaría más” , y, confundidos de sujetos, todos brindamos por lo que será y por lo que no será, ebrios en los entuertos de la cucaracha que posa sus alas a orillas del mar profusa de confeti y cascabelera del estrecho.

Impulso y calculo

Principio de movimiento al azar es el impulso y el calculo sereno premisa del movimiento que ha de ser impulso de movimiento a cada segundo, de ahí que el impulso constante y el puntual del movimiento se determine azarosamente desde el calculo sereno que impulsado por azar impulsa cada segundo mudando el principio de movimiento. Por lo tanto, todo sucede por necesidad.

Juego


El arlequín del que cuelgan las ideas, los puentes y espigones baila en el alma encontrando rápido, a veces lento, las palabras. Sobre el puente de la ciudad de la plata un chispa tilila eterna recortada en la noche sin estrellas. El ingenio nace del hambre; fisiólogo, materialista o pensador lo darían por indudable; el ingenio nace donde se apagan las estrellas en la noche negra y sólo el dolor se abre camino entre las risas, o al contrario; el ingenio es pena que hurga en los corazones, que los inunda de alegría porque encontraron las oscuras sombras de lo adentro y sientempiensan la vida. Del ingenio nace el impulso de movimiento al Universo, del momento de vida y muerte acompasados en el vacío anhelando ser en muerte y vida. El ingenio es una chispa brillante en la colisión de un número infinito de hermosas galaxias inexistentes como una pelea de señoronas elegantes y hermosas en el pico de un diván. El ingenio es la síntesis del juego.

La humildad de Dios


Yo no conozco lenguaje moral ni entiendo de gusanos así que como el sabio sé que la humildad es cosa sólo de dios, un diamante eterno y sencillo que radia sólo del amor a la sabiduría, que es todo y no es nada, y dios se afana por amarla y poseerla suya. Y ella está en todo y todo es dios. Y dios, que se ama, ama a todo y lo respeta, respetando a dios. He aquí la humildad. O lo que Cristo decía, que nosotros practicásemos, la caridad. Pero para pensar en la caridad hay que saberse dios y ser humilde

La infancia pervertida. Más allá de la generación

¿Qué hacemos de los niños, niñez soleada, inconscientes, los oscuros adultos?. Los “vanos” niños de vanidad saciados juegan sin azar, inconscientes niños asolados mientras el adulto malvado olvida que fue niño porque jugó de vanidad saciado. Denso destino de la generación, que saciada ha de repetir inconsciente para la eternidad el mismo juego de vanidad con los niños de mármol soleado que deviene en nosotros mismos, asolados adultos, aún más sola vana oscuridad. “Pocos hijos superan a sus padres”, pensad lo que eso significa

La locura


Un hombre con dos cuerpos camina una sucesión decreciente de números impares donde las claves de la viola hilan las lunas de los años crecientes y las notas musicales se dibujan como astros de simbólica sombra. El hombre con dos cuerpos camina. Cada paso tres, cada tres cada paso. Donde cae el sonido de la justicia y el niño estremece en su cuerpo la semilla del espino florecido. Porque verán los que aún estén sin vida o en vida sufran la muerte en sombras sin sueño. Obtuso solo adentro. Obtuso solo afuera. La lámpara negra en el cielo de sombras volubles, y el paseo con el odio, y el espasmo seguro del espanto sin remedio ni voz ni cuerpo. Amor, temblor, sudor frío en las paredes y llanto en el abismo. En el páramo del silencio, el cuerpo marchito por momentos cuelga del grifo petrificado y la sanguijuela envenenada se arrastra sin color, frente al rostro de medusa, para recibir la muerte de la certeza de la locura.

La nada transparente


A veces el sueño se transforma en muerte y la muerte en largo sueño olvidado del que es difícil despertar, del que ya no se despierta jamás. A veces al despertar del sueño, adolescente el día gris, te saluda como a niño soleado meditabundo, casi triste, casi nada, el alma descansa lejana escondida dentro de sí, envuelta en una seda turbia de sueño, de retiro, sacudida, limpia, pura y sencilla como una flor, abstraída para sí con los demás, naciendo a la vida recién nacida de la muerte del largo sueño olvidado en el alma nocturna.

La serpiente y el cangrejo

Quiere la serpiente que el cangrejo sea serpiente que se muerde la cola; quiere el cangrejo, solicita, que la serpiente se muerda la cola por ser cangrejo y quiere el páramo que serpiente y cangrejo sólo uno sean. El páramo que habla más profundo y asolado, cangrejo y serpiente distingue queriendo que distintos se unan pero no se cambien ni tergiversen pero el cangrejo solicita que la serpiente se muerda la cola por ser cangrejo y la serpiente que el cangrejo sea serpiente que se muerda la cola por lo que en el páramo profundo y asolado el cangrejo sufre por ser serpiente y la serpiente lucha por entender al cangrejo siendo los dos solos un enemigo de si mismos

La soledad


En la soledad absoluta del uno solo, uno percibe la soledad como ausencia del otro, pero sólo en soledad uno con sus pensamientos solos, del otro en ausencia percibe su soledad. Sólo amor para uno mismo, solo, amando a los otros sólo en soledad ellos mismos.

La tragedia




http://sergiogavirasanchez.blogspot.com/

Lógica para televidentes

Zapping. Tres. No. Atrás, zapping. Dos. Volver a empezar. Cuatro, sí….no, zapping. Atrás. Se pasa. Dos. Aburrido. Volver a empezar. Publicidad, sí..no. Bonito. Tres. No. Zapping. Adelante. Ahí. Incómodo. Zapear. Ahhj. Ahhj. Feo. Cambia. Dos…ffff. Esto. No, zaping. Quedaremos tontos. No, dos. Atrás. !Ah!. Volver a empezar. Se pasa. Aburrido. Zapea. Feo, pasa. Incómodo atrás…

Memorias alegres

No me lo digas, corazón, mirando al infinito del tiempo efímero, no, no. No me lo digas, corazón, en sombras desvanecidas entre sombras, qué sé yo. No, corazón, dímelo con tu amor olvidado muriendo en las manos. Dímelo a mi amor, corazón, con tu amor olvidado. Dímelo, si ya no me quieres, el tiempo paso y si el tiempo paso en el corazón te guardo, corazón, entre memorias alegres. Corazón, dímelo.

Momentos veloces. Otra melodía significada


Tiempo al tiempo, animado compás del tiempo que no es tiempo sino eternidad de momento veloz. Tiempo al tiempo veloz ataviado con las riendas del sol vespertino que ruge sobre su carro carcajadas de fría mañana soleada, veloz entre veloces suspiros vanos de pura vida dionisiaca, contemplando el sabor de las esencias aromáticas de eterno tiempo, alegres y veloces como la vanidad de la sombra esquiva que se une al horizonte, veloz.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Movimiento y materia

Ser o no ser el movimiento materia o ser la materia movimiento de ser a no ser materia en movimiento, es decir, estar o ser será la cuestión de la materia que se mueve para no estar o el movimiento está en la materia que se mueve para no ser materia siendo en movimiento.

Música en la pipa de kif


Vuelan a compás breves volutas de humo aterciopelado en la atmósfera gris coloreada matisse de la estancia de la pipa de kif, bálsamo musical a solas en la soledad. Vuelan, nebulosas virutas índicas, a compás de ideas, las notas melódicas de la dulce pipa de kif, aérea y volátil, como la vida misma, como la misma música, siempre efímera aromática pipa de kif dialogando palabras sentidos risas, efímeras, de vida aromática, de música soñada en la pipa de aromático kif.

Negro ubicuo


Monocromo, amor desolado de la guerra, rojo sobre negro, tormenta de cólera mortal en sombra de sombra entre sombras negras engendrada, desquiciado sueño del loco hombre atormentado, y solo en agonía de tonos violentos, sólo sombra de sombra entre sombras solo asolado y asolador, ubicuo de los solos ausentes en la visceral tormenta de tormentos de la necia guerra monocroma.

Olimpia

Eterna vida al espíritu griego de sol y vida laureado. Eterna vida a la cruel niñez humana. Eterna vida al juego: físico y pensamiento, que es vida. Eterna vida a los cuerpos bellos de los bellos humanos. Eterna vida a la vestal entre olímpicos torsos desnudos educada. Eterna vida al proporcionado orden y al curioso caos. Eterna vida al pueblo donde nació la filosofía. Eterna vida a la vid, al arte, la belleza y la trágica lucha de la vida. Eterna vida al pueblo vivo sin después. Eterna vida a los vencedores, porque agónica es la victoria; la derrota muerte ha de ser. Eterna vida a aquel que no teme la muerte porque vivo es y es victoria la vida.

Pajaros al despertar. A Verónica, para ella fue escrito


Esta sonora apertura que insegura se pone en movimiento principia el canto cuento que relatomusica el cansado despertar tragicómico de la amada señorita Verónica Andrea, Seda Flores, Calzas Laxas Piernas Largas Andrea Seda.
Una silueta rielaba la Luna en el alto pico. Bajo las tenues estrellas avispadas la silueta esbelta de una niña era recortada sobre el infinito horizonte negro por la luz lunar desde el lejano cielo. El lejano cielo niño tiritaba de frío con lagrimas de plata mientras observaba la silueta esbelta recortada en el pico alto. Una niña de oro era plata sobre la alta cordillera al pie de los tiritantes astros. Una niña de cielo era sueño contemplando. Verónica Andrea Seda Flores Calzas Laxas Piernas Largas Andrea Seda había percibido el hálito sinuoso de un nuevo misterio: poesis de astros, luz de cenizas, invierno infinito surcado por inabarcables titanes intrépidos. Sombra. Sueño.
Húmeda mañana gris. Calidez de sábanas tersas. Pálido aroma de mujer. Calzas Laxas se despereza, atontada. Piernas Largas Seda estira sus leves pies cuando le invade una agradable sensación de aspereza y salta de la cama. Desnudo cuerpo de mujer vestido siluetea irisado desnudo por la música de Mozart. “Húmeda mañana gris. Debo abrigarme”.
Seda Flores curva hasta el armario, desnuda Seda: Flores, atrapa con sus largos dedos patinosos una leve bata de seda del Oriente azul sedosa suave.
Sinuosa curva de Seda se desliza, negro pedestal entre carnosas rosas cálidas, y cierra ingrávida la puerta meticulosamente. Silencio cálido, Andrea husmea el ingrávido pasillo amarillo en busca de su dosis de café, tostadas, galletas, mantequilla, mermelada y una manzana, motor del deseo, que mordisquea ávida frente al aparador. “Somnoliento espejo cuéntame de mi imagen narcisa que imprecisa se refleja en la tranquila superficie de tu mar en duermevela”. Verónica Carmín, Verónica Sombra, seda desvela de sus narcóticos pómulos blancos dormidos de noche sedosa de lujuria sin sombras de pudor torcidas; y acicalada, y vestida en traje azul, se lanza, Calzas Laxas Piernas Largas, al teatro melancólico de su vida.

Panorama del horizonte turquesa

photojavi.com/baelo-claudia, autor de esta bonita foto
Los carros tirados por mulos avanzan ruidosos por el empedrado cargados de jureles y caballas frescas azules del estrecho. La ciudad costera despierta; deben ser las seis de la mañana. En el mercado humean las cocinas y de la casa franca, iluminada profusamente, sale enquistado algún marinero perdido para encontrarse sin una chica frente a las cantinas que elevan puertas envueltas en espesa humedad. Sobre la loma que preside el Olvido, Júpiter, Minerva y Juno, entronados en piedra y mármol, auspician a los ciudadanos de la Bética y las pequeñas embarcaciones y los buques mercantes venidos de Roma se pintan sobre el mar infinito turquesa. “Aquel que proviene del lejano Egipto me llevará seiscientas ánforas de garum”, dice Callo Sexto desde el podium alzando la cabeza frente al chipriota Gadex que extravía sus aceitosos ojos en cuatro bellezas andaluzas que bailan, diosas de gracia, junto a la esbelta entrada de la termas repicando sus castañuelas y volteando sus cuerpos mediterráneos de sol y mar y amor. Junto al chismoso que envenena los oídos de las matronas con los abstrusos secretos del corazón.
“!Melocotones, olivas y manzanas!”. En el mercado las brasas despiden olor de pescado y un par de funcionarios de paso olisquean el género de pan y frutas de la rica Hispania. “!La medida de aceite medio sestercio¡”. Y en las cantinas repiquéo de vasos alegres de vino y cantos de pescadores. “Que se sirva a todos; entra la flota mercante”. “Gloria a Esculapio, protegido de Mercurio”. El brindis y la canción.
En la casa de Esculapio su mujer tirolesa golpea a la esclava porque entra la flota mercante; porque no entra… “Señora, que me matáis”. “Callad, perra”. “Sacad a ese chucho de aquí o acabará cayendo a la poza”. En la factoría de garum se ríe trabajando. “Esos pretores germanos no entienden de pescao; un chucho no les hará ningún daño”. Adentro con él. El chucho nada entre restos azulados de caballas y jureles soleados en las piscinas de garum maloliente. “Mirad, mirad ya se hunde”. “Salud, pretores germanos”.
Detrás de los rubicundos templos de piedra porosa elevados al cielo, efímeros y eternos como el olvido, la pequeña ciudad tranquila afortunada turquesa, donde cae la cornisa de la ínsula Barataria estrepitosa, y mujeres, niños y ancianos se congregan para avistar el cadáver dislocado del joven Asceltis que quería ser poeta, palmerín de la Bética. “Mirad cómo quedó por andar ensimismado”, dice un viejo orador importuno a la concurrencia que aplaude enfervorizada. Todo son vítores y sátiras, y entre risas a la casa se recogen las mujeres mediterráneas, y los ancianos pescadores hacia el foro, a media mañana, los puedes ver bajar charlando gesticulantes. “La mar está tranquila. El levante suave propicia y la luna está llena. Mañana amanecerá nublado azul de buena pesca”.
La Séptima, en la cavernas del teatro. Los oídos ancianos de pescadores andando al mar, disciernen movimiento de aparejos y arreglos; música recortada y lejanos parlamentos.
Rugir de olas. En la playa las hermosas patricias mediterráneas reclinadas al sol de mar entre abanicos de ébano discuten coquetas sobre solteros con mosaicos. “Callo Sexto, es bien bello de fortuna”. “Pero, qué decís, Antioquía, Callo es un necio, no aparece por el teatro, siempre hablando de garum; es vulgar ese plebeyo adinerado”. Y sombreada y recogida, la bella “Cástulo… Cástulo…”. “No llores, Calipedia. Venid a mis brazos, Afrodita, que la Hélade al completo os tomaría por esposa. Cástulo es avaro de riquezas; se pierde de la Bética las vivísimas rosas. No lloréis, diosa, que enrojecen vuestros pómulos de azúcar tostado al sol de mar”.
“Amarrad vientos”. Las naves mecidas por el levante barruntan la costa y las barcazas que portan los bultos se hacen al mar todas a una bajo el sol mareado donde se percibe el aura aceitosa de las calderas de garum y los hombres de aceituna atareados porteando las ánforas a la orilla. “Daos prisa..” increpa Viltus al joven Estraperlo “…la cantina debe estar llena ya”. “Prestadnos suerte, Mercurio, que el hambre socava la velocidad”. Los carros tirados por mulas trotan cargados de pescado azul por el empedrado crecido de fina arena de playa, cuando el marinero perdido regresa a la mar, al Olvido, de espaldas a la ciudad de Baelo, recostada al sol matutino sobre el infinito panorama azul turquesa. En el horizonte del silencio de columnas alzadas desafiando al levante del mar de sol.

Paso a paso


Paso a paso errando la ciudad de plata soleada. Paso a paso. La vista bien alta, serio pero correcto, con la sonrisa oportuna expiando en los labios la mirada de la gente extraña, viejos, jóvenes y no tan jóvenes cabezas bajas sin nada que decir ni expresar; al verlos pasar los miro. ¿Sabrás tú qué eres tú?, ¿lo sabré yo?. ¿Me hablarás o en sombra pasajera te convertirás?. Una simple mirada momentánea, paso a paso, hablando. La mujer yerra; el hombre yerra, paso a paso, momentáneos hablando, paso a paso, sombras fugaces errando olvidadas como la esencia muerta del recuerdo, viva en el pensamiento, que es dialogo entre sombras fugaces, y no fugacidad entre sombras asoladas sombrías. Paso a paso, errando la vida.

Pieza


Cuando te veo volar soy feliz por lo que vi pero cuando te siento ir un intenso dolor se apodera de mí. Amor, te deseo amar para verte partir. Amor, para que te vallas lejos, lejos de mí. Para sentir ese instante de belleza para siempre jamás; para acunar tu recuerdo borroso en la soledad, lejos, lejos de mí. Amor, te deseo amar para siempre jamás.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Poa Madrid


Crónica desde el Nacional.
Impresiones de un paleto en la metrópoli.
22-26-nov-99

La temperatura ronda los siete grados. Son las diez y diez de la mañana y Madrid ya despertó. O mejor desperté yo a la ciudad que nunca duerme. El día es soleado. El jardín botánico se extiende verde gris pardo hacia lo lejos y sobre el ministerio de agricultura una orgía de metales opacos no capta la luz del sol. El Paseo del Prado más que un paseo es un infierno y el Museo se esconde, tras el marco de mi ventana, recoleto. Son quinientas. Son doscientas cincuenta. En fin, después de una estrella que contemplé lejana y llena de vida a través del telescopio sobre Gibraltar, en el Museo del Prado encontré mucha de esta belleza contenida.
No sé que puedo yo hacer aquí solo, pero ayer a la llegada, cuando salí agotado y absorto del Museo, aún sin ser muy consciente de dónde estaba, pasee perdido, sin rumbo ni prisa, por las calles de este Madrid infernal, obtuso de tráfico y ruido donde los coches no son automóviles sino cafeteras express. Me perdí una y cien veces y conocí a dos madrileños, un venezolano que me ofreció ayuda y un cincuentón canijo… “mi mujer es de un pueblecito de Huelva”.. Nerva, creo que era…que me invito a pasear, y paseando entre en una librería de viejos, libros digo, a ver si me encontraba con algo que a mi bolsillo no doliera. Kant resultó hablar del bello cuerpo de las mujeres por lo que me quedé a escucharlo; a Leibniz le hice poco caso y Shopenhauer…; al fin, me marche, esquivé gracioso a las dos águilas de la librería y busqué una boca de metro. Puerta del Sol- Atocha.
Estoy bien cansado. Creo que es hora de ir; voy a ver a Pablo Picasso. La mañana y parte de la tarde transcurrió y los problemas del tiempo son harto complicados. Todo se debe al sentido de este viaje, la belleza, el arte, las personas, la metrópolis, que es lo que he venido a conocer. Frente al Guernica casi expiro; de repente el lienzo grande de Pablo Picasso, donde todo ha de caer sin encontrarse en forma, en tono o intensidad; el mejor mensaje de paz, tras el negro, que ideó la humanidad envuelto de niños, y yo allí, entre los juegos y las risas y la vida llorando por dentro, la respiración cortada y el cerebro coagulado, sangrándome el alma y cayendo sin remedio en punzantes sombras. Cada cuadro tiene su historia y cada cual la suya. Para mi la pintura son viajes hermosos a no sé dónde donde sólo encontrar armonía, como una composición musical o el efecto de un narcótico. La pintura y la vida son una misma cosa. Miró quería ser niño como Picasso. Dalí, el más delicado lapislázuli. Francis Bacon disecciona de un espejo las vísceras y Kandinsky es todo un filósofo del bisturí. La materia se contorsiona, se estremece, se corta y sinúa sabia; hoy me dijo mi hermano paseando por Atocha que a esto lo llaman los sabios de la ingenieria “Back ground” y que se lían a enlazar como si de vigas se tratase las palabras de uno y otro idioma en jerga vulgar, necia y horrenda.
En fin, la otra tarde, en plaza de España frente al Ritz, una tarde fría, unos seis grados, después de haber visitado el cuartel del Conde Duque ideado por Velazquez, me fumé un cigarrillo de marihuana con un chileno madrileño que resultó bien simpático. Me invitan a cenar, me marcho, ya sabes, tienes la dirección y el teléfono. Adiós.
Ahh, me viene a la memoria alguna sombra que se negaba a entrar en la Academia porque allí no se podía ir en zapatillas. Pues la Academia no sé, pero en la hermosa Biblioteca Nacional puedo decir, por propia experiencia, que no puede entrar cualquier español, qué digo, cualquier ciudadano universal con ansias de saber, como si dijéramos, en zapatillas. Por cierto, ¿son todos ricos en Madrid o el capitalismo aplasta ya al pueblo?. Mierda de vanidad; hoy todo son requisitos. Las señoronas con voz de pito pasean al bisonte y los señores con sus coches juegan a ver cuál más corre, y el otro día encontré una linda madrileña que se reía necia de unos pobres. Mentiras, nada más. Complicaciones abstrusas. Insencillez y pomposidad, eso es la cultura moderna, eso es el pensamiento moderno que hierve en los capilares de esta metrópoli como otra cualquiera. Vanidad. Todos somos unos perros.
Hacia Sol el metro apretaba cuando, barba de varios días, camisa verde y sucio gabán, orador sempiterno, un vagabundo clamaba por su vida a los ajenos transeúntes. Derrotado se apeo sin nada. ¿Qué pensar?. ¿Qué pensar?. Cada uno hace su vida; ¿le está al hombre permitido fallar?. Los del Nacional lo ven todo muy alto. Por cierto, por qué las mujeres son bellas allá donde se vaya. En Madrid hay ciudadanas del mundo realmente bellas y una especie que yo jamás había encontrado; una mujer caballuna, que abunda, de miembros grandes, canijos y huesudos. Sus narices son amplias y sus mandíbulas fuertes. Una especie de anoréxica mal criada que se mueve por el metro cabizbaja como una sombra. En Madrid todos los árboles tienen sombra y todo alejandrino se extiende el sol sobre los tremendos edificios y las solitarias multitudes donde todo se puede encontrar.
En Madrid caminar habla y se habla con quien se puede caminando. Y caminando, antes de encontrar la noche, encontré perdido una licorería chiquitita de madera arrinconada, adquirí una petaca tersa y me marché a conquistar Madrid. Fue entonces, en Banco de España, cuando conocí a Alejandro Magno que paseaba la calle tieso y enhiesto mirando al cielo mas, cuando me percaté, se había marchado y mirando al cielo quede pensativo. Velázquez es el pintor de mis sueños y Goya el biógrafo de mis pesadillas.
El museo del Prado también lo visité ebrio y encontré por las sombras sombras que entendía, que me susurraban en el oído recuerdos lejanos de tiempos remotos.
Amanece. El jardín botánico, qué oasis, qué mar cosmopolita en flor; un bosque impresionista desde el Nacional, dentro el paraíso arrulla en sus entrañas el estrépito del tráfico de semillas que vuelan como sombras alrededor de los robustos troncos en flor, los musgos, el liquen, las rosas y el bambú y el árbol del amor con corazones ásperos por hojas. Un corto paseo entre urgencias me devolvió la vida antes de que esta crónica tuviera final volando por los estratos terrestres divinos de la Meseta, Despeñaperros y Andalucía.

Poesía de ausencia A Carmen Jiménez Priego, hoy, en el día de su muerte. 27-Nov-99

La sibila de cabellos blancos octogenaria
Cabra loca saltó entre los hermosos olivos
Hacia la peña de sombras donde los vivos,
Apuramos la melodía de la dulce aria.
Con sus cuatro pelos de vida alborotada,
Piezas de risa socarrona de vieja vid.
En su carro de sol de corceles alados,
el amargo cáliz del olvido derrama
De la dulce aria la savia última de vid.
Brindemos por la vieja loca Carmela
Y sus bailes ebrios de vida loca
Sobre las mesas de la vieja cantina
Al son de la sencilla buena copla
De los cantaores de la Andalucía,
Donde la niñez era pura de viejo sol,
Y Écija una caprichosa calderita
Que se iluminaba en los ojos curiosos
De la niña más graciosa y más bonita.
Carmela era un diamante en bruto
Que lucía pleno de pura vida
Y llorando, digo, que se clava, bruto,
En el recuerdo de los momentos fríos
De loca vieja vid socarrona
Que ya nunca serán.

Por el entierro de Carmen Jiménez Priego DOM 28-Nov-1999


En el entierro de Carmen Jiménez Priego
Todo son palmas y flores,
Entre el corro de cantaores
La florinata de Andalucía.
Amanece el día soleado
Y la corte de ángeles
Junto a todo género de santos
Se esbozan orantes en el cielo
Haciendo sombra,
Sobre querubines,
Al creador.
Corre el carro,
Avanza despacio,
Y se vuelve a cantar.
Mezclan sus voces ángeles y santos,
Folclóricas y gitanillos palmean
Y alguien toca la tuba.
Un profesor de piano
Corre atareado
Mirándose los dedos
Y un camarero lleva
Seis ristras de chorizos
En tres sombreros.
Cantan también tres docenas
De pichones fritos
Y guitarrean sobre el mar
Cientos de antiguas cafeteras.
Entre todas las palmas,
Entre todas las flores,
Corre en su carro de tablas
el cuerpo mustio
De Carmen Jiménez Priego,
A cuya vera lloran,
Desconsolados, sus hijos desnudos
Y su sangre gitana.
Ya llegan al sepulcro,
Y Cristo se acerca
A rezar por la muerta.
Blanca se expande
Hacia los cielos
una rosa marina
A cantar a los ángeles.
Carmen Jiménez Priego
Desciende fúnebre en amarras de oro
A la cálida tierra
Que se puebla de flores
Y alumbra una turba de ruiseñores,
Mensajeros en el globo,
De la alegría de la vieja.

profunda, bella y sencilla

Suena música profunda como un sueño en lo hondo de nosotros viva de loca vida de embriagadora vid. Suena profunda, esencia en la esencia de la vida toda, viva música en lo profundo soñada despierta, como la vida de embriagadora vid retorcida y como el dulce vino sencilla armonizando la bella vida, profunda, bella y sencilla la viva filosofía.

Qué me pedís Amor

Amor, qué me pedís que os ame o que os piense, qué me pedís que os ame o que recuerde que os amo. Qué me pedís, Amor, que recuerde cuando os he amado o que os ame cuando os veo y os hablo. Amor, sólo vivo en amor pero mis recuerdos son siempre difusos y lejanos. En el camino recto del bello presente mis pensamientos, apenas míos, están encerrados, y de tal modo me trae atareado, que pasado y futuro por imposibles los hube de dar a poco después de alcanzarme el amor. Amor, de la vida me siento enamorado. Amor, que me pedís que no viva para amaos.

Reflexiones. Martin Heidegger en el ambulatorio.

Las diez de la mañana con sol frío atravesando los ventanales que dan a la plaza. En el interior una tras o otra varias filas de extensos bancos de madera desvencijada y carcomida y un par de papeleras son todo el mobiliario de la amplia estancia iluminada. En uno de los bancos un anciano sereno espera su turno. “Hola, qué tal”. “Bien, ¿y usted?”. “Eso venía preguntándome yo; que sintiendo lo que digo, siempre encuentra uno alguien que lo diga, al menos de otro modo, pero con el mismo sentido”. “Debe usted estar acatarrado”. “No, por dios, -diría si fuera lícito-, que a veces los otros son uno mismo”. “Puede que, en ese caso, sea lícito pensar que hablemos de algo que tiene sentido”. “Pues hablemos de aquello que no lo tenga. Los filósofos son poetas amanerados”. “Se relían con los conceptos porque no saben ser poetas”. “Es cierto, hay que visitar el abismo donde sólo se intuye el vacío infinito de la profundidad revolviéndose contra ella misma en el oído”. “Demasiado poeta”. “Demasiada alegría”. “Sereno”. “Como la viva llama que luce en la oscuridad hasta consumir el oxigeno”. “Con calma y oscilando”. “En la vida hay que esperar que llegue el momento y en la quietud se encuentra el infinito movimiento y dentro del infinito movimiento la quietud, como en la llama”. “Me parece haber vivido esto ya antes; yo, filósofo, no lo dijera si nos escuchasen”. “Ya comprendo tu visita al médico”. “Sólo era una impertinencia del autor; una infamia poética pasajera, nada más”. “En fin, la vida”. “Eso. Nadie lo diría porque nada se conoce”. “En la actualidad el hombre tiene la misma capacidad para ver que oler”. “Y para conocer que volar. Entre un sí y un no encuentra una tautología”. Y entonces aparece Ortega, sereno como un príncipe ibérico, y se sienta reflexivo, pleno y cansado como el guerrero más tenaz vivo en la batalla y vivo en el descanso. “Buenos días, Martin”. “Buenos días”. “Buenos días”. “Buenos días”. “Buenos días”. “Buenos días”. “Martin, venía pensando que el filósofo español está condenado al sujeto concreto”. “ No sé si se podrá colegir de vuestras reflexiones”. “Miguel de Unamuno tiene mucho que decir en eso”. “Eso me han dicho”. “Pensándolo bien, se ve enseguida lo que ha dado de sí la Alemania Central, así como Prusia Oriental, Silesia y Bohemia”. “Circunstancias dialectales”. “Siempre tantas cosas puestas sobre la nada; siempre nada diferente y siempre lo de dentro tiene su reflejo fuera y a la inversa”. “En fin, caballeros, llega mi turno”. “Que se disuelva, pues, la discusión”. Y Martin se adentra por la puerta del gabinete solitario; y yo me marcho en busca del sol y la sombra, y Ortega, como el panadero y el zapatero remendón, da una cabezadita alegre mecido en el calor del sol.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Seca sombra espectral.


Una seca sombra espectral, un hombre derruido y sordo, paso a paso corvado, yerra por el cieno del camino oscuro que se esfuma allá en el horizonte de la enhiesta tarde parda. Su concienzudo caminar lento esforzado permite adivinar un alma en miseria reina del universo mundo que se le adhiere a sus anchos pies filosofales. El hombre pardo en la tarde sorda avanza el camino oscuro esfumado en el cenagoso horizonte acre. Tierra parda de España. Hombres pardos sobre la enhiesta tierra de esta España plana. Agria y seca, casi sombra.

Sobre metafísica.

Dios, esencia, alma, idea noúmeno, fenómeno mente medir objeto, pensamiento, abstracción, monólogo, síntesis. Todo, uno

Tomavista. Cuadro de Marcos Bontempo


El aura de la vida se abre paso en un cielo denso a medias, a medias violento y confundido. En la densidad, el rojo. La ciudad orgánica, viva y oscura, a veces iluminada, se contorsiona lasciva e inhóspita hundiéndose, fundiéndose como los extremos de la bahía nocturna con el Mar, en el río verde de la vida, donde se confunde estremecida la luz de los faroles de la ciudad. Altos y cúbicos se recortan como un ejercito de gladiadores cruzando la oscuridad sobre el puente albo de la razón y, entre las peñas, el farol de los marineros que se hacen a la mar, que alumbra desde lo lejos la unión de vida, peña y cielo. No saben los sabios lo que sabe este Marcos Bontempo sin saber, y entre la luz, la vida, la peña y el farol discurre recto bajo el cielo el camino dulce que se pierde a lo lejos, en la sombras, sin saber.