martes, 30 de noviembre de 2010

Un entremés


Está el bosque florido y crecen moras, vayas, naranjas y frambuesas cerca de un joven río donde un claro de bosque se abre a un sátiro borracho que por el camino entre los árboles, robusto viene balanceándose. Suena el agua clara y las bellas ninfas, sencillas han hecho el hatillo y tras los arbustos circundantes cosquilla merodea sus sutiles barrigas agradadas por la figura grande del lascivo sátiro, que sobre la hierba se ha tumbado pirrepiplónico a degustar embriagado la dulzura del sol. “Qué será de hoy; qué sera de mañana; al fin y al cabo”. Las ninfas hacen dulces oidos y se muestran muy complacidas. “Este sátiro tiene un buen porvenir; hay que fiarse de él; incluso es grande aunque borracho pero parece que tiene cabeza”. “Qué dices; ya te estas liando”. “Mirad. Silencio, se mueve”. El sátiro peripéltico intenta levantarse pero vuelve a caer, despojado del trapo, estirándose luengo como el gato bajo el sol. “Por Zeus, ¿se habrá torcido algo?”. “De tan simple no pareces ninfa, tonta, adivinó que lo observamos y de ahí…”. “Debes engañarte; a mi parecer todo es muy natural”. “Es cierto, pareces bruja de ninfa en su lugar”. “No discutamos. Mirad, mirad como ríe bajo el sol”. Y el sátiro olvidado carcajea sin parar, desnudo, borracho y soleado sin pensar en nada. “¿Habrá sufrido alguna urgencia?. Deberíamos interesarnos; si no salimos puede ocurrirle cosa nefasta”. “Salgamos”. “Esperad, locas, si averiguamos sus intenciones, no sea colérico”. “Sois la ninfa peor educada que conozco, pero baste por esta vez”. Y el sátiro pipirigayo sobre la hierba tendido ríe a resoplidos entrecortados como el amor lo trajo al mundo. “Por Zeus y por Afrodita que alegría imprime el sol”. Entonces una ninfa mordisquea irritada una flor y otra de una mandarina hace su amor y una tercera, más resabida, no para de despedir de su aroma la flor que Céfiro porta en sus manos hacia el jardín de la caricia. “¿Qué suena; que discierno?”. “¿Habló?”. “Calla, creo que nos ha descubierto”. “¡Mejor!, no perdamos, corramos a su encuentro”. Y salen saltarinas las ninfas, y alegre el sátiro se acerca, y se reclinan sobre la hierba fresca para mezclar con palabras risas; se entrelían los conceptos y se acerca el mediodía, las ninfas saltarinas del fauno admiran su cuerpo. Empiezan entonces las caricias, de las caricias a los besos, de los besos a las risas y de las risas a los besos se deshacen las horas y los días haciendo el amor con denuedo y fantasía. No olvide usted lector que esto es un entremés, no confunda y no lo dude, la fantasía no es vida pero la vida, con denuedo, si es fantasía.

Porque hombre y mujer no son los mismos sin él, juguemos al sexo todos los días también. La forma más álgida del amor trascendente es culpable, curiosa e impertinente. Adelante, pues.

Un mismo Sol


Qué delirio que te ame y te desee profunda y lejana, que tu voz no humedezca mi cuello con su aliento ni tus manos me rocen suaves la piel ni tus cálidos muslos tersos estremecidos se aferren a mi cuerpo. Qué delirio que te ame rosa profunda, sencilla y lejana, sin voz ni manos sin muslos ni cuerpo terso aferrado, sola y sencilla, en el profundo sueño del recuerdo que me parte el corazón. Qué delirio que te ame y te desee profunda y lejana cuando tus muslos me quitan el sueño y el sueño estremece mi razón. Qué delirio que te ame, sombra, y me ames, sombra. Qué delirio, amor, que seamos sombras y en el sueño no encontramos una misma luz de un mismo sol.

Un universo diminuto

Dormido dialogo, Mozart te viene a alegrar, sin sinuoso, chirriante musical con su compás soñado en el oído de un diminuto mar. Sonando soberbio de belleza y diminuta sutilidad en el tímpano agudo del tiempo que hubo de pasar. Que pasará diminuto ante las notas divinas del allegro sinsinfónico sinsinfoneando agudo y chillón en el centro mismo del alma bajando sin sinuoso, acoplándose ligero, y rápido subiendo sinsinfoneando sinfín.

Una melodía


Quejido de madera veteada de árbol quejumbroso agoniza leve láudano laudable del viejo Bach, laureado filósofo musical que atempera en quejidos de madera quejumbrosos el aleve licor agrio, el lamento agónico, que vive en las trágicas vidas de todas las almas de vivir loadas por láudano laudable, por la bella música trágica de laúd del viejo Bach.

Unas últimas palabras. Malas palabras para buenos propósitos.

Estoy cansado y solo; fuera de mí; Casi sin aliento encadeno estas palabras En un silencio atroz En el que la llama se apura rescoldada Y detrás de las manecillas del reloj Asoma certero el rostro de la locura. Agarro un cigarrillo y me consumo en un poema Que siempre está por escribir, En un poema que ha de ser escrito, En un poema que se escribirá en un donde sin un después. Y después, después risa y llanto. Estoy cansado y solo, fuera de mí, Sin aliento capaz sólo soy De encadenar silencios y una buena porción de dolor. Yo ni siquiera gritaré si el pájaro no lo permite. Y entonces, entonces no habrá risa Sólo habrá dolor y llanto, Y no cantaran los momentos, Ni se posará la luz en el detalle, Ni volarán las palabras, porque un tupido velo de humedad habitará en los ojos y acristalará los cielos para sobre mí dejarlos caer. Entonces y sólo entonces Desearé la amada muerte, Que mientras azote la vida (procuraré no perderme ni dejarme caer).

Zumbido. El amor es cosa de caricias y la tragedia un juego sublime.

Las páginas de este libro barruntan el sueño, las sombras de una moderna estantería donde solo reflexionar en silencio. Cuando pienso lo que esconden las páginas de un libro no puedo sentir más que dolor y, al fin, una risa, es decir, la máxima expresión del dolor más sincero zumbando en las entrañas del corazón. Cuando pienso lo que esconden las páginas de un libro sólo encuentro amor y cuando encuentro el amor, encuentro el dolor y la risa. Y lo demás son sombras que se yerguen en el alma disueltas en momentos de sublime belleza, de profundo llanto, de risa y amor. Uno aprende a amar la tragedia y su belleza sublime, su risa, su amor y su llanto, y ya no puede evadirse de jugar. Decía el sabio que hay que saber qué se quiere y lo que se quiere. La vida sólo quiere muerte. La muerte del amor, el deseo, el dolor y la risa, y su trágica belleza que se enquista en nuestro corazón. Que no es cosa de risa y ríe soleado la tragedia de la vida. Como este libro

Epílogo


"Más os vale ser como los niños, porque de los niños es el reino de los cielos"