jueves, 16 de diciembre de 2010

El nacimiento de la tragedia



Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y de un ánfora sonora rodeada de pilas antiguas de lavandera. Mi infancia son recuerdos de dos robustos troncos secos erguidos en el invierno hacia el cielo nocturno y de una palmera de estrellas balanceándose frente a los astros melancólica, hermosa y vetusta. Una casa pequeñita en un patio centenario naciendo una vez más a la luz, a la música, a la vida y las bicicletas chirriantes y las sombras chinescas del gato pardo encerrado de por vida entre la baranda y el farol. En un edificio trágico, asolado, sin niños ni voces, pero lleno de sol y belleza, centenario, hubo de nacer la tragedia naciendo a la música que es la esencia trágica de todas las cosas de esta vida, de la vida misma. Funambuleros, folclóricas y cómicos en el yerro de la calle, el Conde Duque de Olivares, propietario en un entonces de la finca, la peste, el dolor, el hambre y la treta, los niños caídos al piso y el llanto de sus madres, los susurros entre sombras, la locura, el ingenio y la miseria, todos ellos errando por los pasillos entre la multitud de sombras asomadas a los distintos pisos, todos dirigiendo sus miradas a la puerta que nunca rozó el sol. La oscura puerta donde nació la tragedia entre néctar de vid, diálogo y amor, donde nació en soledad musicada, en la soledad del solo callado pensando en la soledad de la música del ser solo en el espacio abierto perdido encontrando la belleza del trinar de los pájaros, de las nubes, el sol, el hombre, de todo junto, traspuesto y atravesado, en un minúsculo dedal calle Santiago, 27, El Corral del Conde.

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