jueves, 9 de diciembre de 2010

Epistola a los Vientos


Queridos vientos:

Siempre pensé que si el mar y la peña se rendían allá donde estuviesen a vuestra furiosa ubicuidad, el hombre no debía ser menos entre hermanos y, de esta forma, os encontré, os vislumbré y acaricié y os acaricio cada día en el alma de los humanos con vuestras necedades, complicaciones y suma belleza. Los vientos habitáis sus corazones y en un corazón habito yo, así que se me ocurrió dirigirme en persona a tan magnas autoridades con la intención de amainar vuestra necedad y encolerizar vuestra belleza. Atendáis a mi humildad ante tales propósitos que nadie soy, nada sé y sólo a mí me dirijo teniéndome en lo profundo, como a cualquiera, por el mundo entero. Sois entes, los vientos, engendrados en las sombras más profundas y bien sabéis que nada de las sombras, cuando sopláis, queréis saber, sois fugitivos y presos, de la vida engendráis llanto y del llanto vida y en la vida felicidad que siempre ha de ser fugitiva. Debo ser sincero, vientos, de vosotros huyo como de los necios y como necio siempre en vuestras redes voy a caer, siendo mi vida feliz y esperando no sea fugitiva, qué bastante tenemos ya. En fin, como socaváis lento y constantes la piedra, tragáis como Saturno la vida de vuestros hijos a dentelladas de intensidad, pálpitos demasiado humanos imprimís que los corazones no saben bridar y anda el mundo loco, acá abajo, con vientos que aparecen por todos lados como si fuelles habitaran las esquinas. Vientos erais cuando sólo existía el páramo y la ceniza. Vientos sois en los corazones humanos. Vientos seréis después. Pero si el viento antes soplaba de norte o sur o este u oeste, o noreste o combinaciones y rarezas; hoy agita confuso confundiendo los impulsos de tal modo que anda el mundo dislocado sin saber si tiene pies, manos o cabeza, buscando, como un arlequín desfigurado, los tres pies al gato pardo, en todas direcciones, presa de la desesperación. Atendáis a que llamo vuestra atención como leal súbdito que no como soberbio necio, y avistéis que toda tormenta hoy nace de la vanidad y de la tontería, que vuestro nacimiento al corazón humano, álgido, sublime, pletórico de belleza y pleno de sutilidad, hoy se vulgariza vulgarmente en cualquier esquina por la ignominia que sea. En fin, parece ser que confundisteis las sombras de sombras con las sombras a secas; y atendiendo a vuestro magnánimo entendimiento se despide fugaz:

Un criado de sus majestades.

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