jueves, 2 de diciembre de 2010

Poa Madrid


Crónica desde el Nacional.
Impresiones de un paleto en la metrópoli.
22-26-nov-99

La temperatura ronda los siete grados. Son las diez y diez de la mañana y Madrid ya despertó. O mejor desperté yo a la ciudad que nunca duerme. El día es soleado. El jardín botánico se extiende verde gris pardo hacia lo lejos y sobre el ministerio de agricultura una orgía de metales opacos no capta la luz del sol. El Paseo del Prado más que un paseo es un infierno y el Museo se esconde, tras el marco de mi ventana, recoleto. Son quinientas. Son doscientas cincuenta. En fin, después de una estrella que contemplé lejana y llena de vida a través del telescopio sobre Gibraltar, en el Museo del Prado encontré mucha de esta belleza contenida.
No sé que puedo yo hacer aquí solo, pero ayer a la llegada, cuando salí agotado y absorto del Museo, aún sin ser muy consciente de dónde estaba, pasee perdido, sin rumbo ni prisa, por las calles de este Madrid infernal, obtuso de tráfico y ruido donde los coches no son automóviles sino cafeteras express. Me perdí una y cien veces y conocí a dos madrileños, un venezolano que me ofreció ayuda y un cincuentón canijo… “mi mujer es de un pueblecito de Huelva”.. Nerva, creo que era…que me invito a pasear, y paseando entre en una librería de viejos, libros digo, a ver si me encontraba con algo que a mi bolsillo no doliera. Kant resultó hablar del bello cuerpo de las mujeres por lo que me quedé a escucharlo; a Leibniz le hice poco caso y Shopenhauer…; al fin, me marche, esquivé gracioso a las dos águilas de la librería y busqué una boca de metro. Puerta del Sol- Atocha.
Estoy bien cansado. Creo que es hora de ir; voy a ver a Pablo Picasso. La mañana y parte de la tarde transcurrió y los problemas del tiempo son harto complicados. Todo se debe al sentido de este viaje, la belleza, el arte, las personas, la metrópolis, que es lo que he venido a conocer. Frente al Guernica casi expiro; de repente el lienzo grande de Pablo Picasso, donde todo ha de caer sin encontrarse en forma, en tono o intensidad; el mejor mensaje de paz, tras el negro, que ideó la humanidad envuelto de niños, y yo allí, entre los juegos y las risas y la vida llorando por dentro, la respiración cortada y el cerebro coagulado, sangrándome el alma y cayendo sin remedio en punzantes sombras. Cada cuadro tiene su historia y cada cual la suya. Para mi la pintura son viajes hermosos a no sé dónde donde sólo encontrar armonía, como una composición musical o el efecto de un narcótico. La pintura y la vida son una misma cosa. Miró quería ser niño como Picasso. Dalí, el más delicado lapislázuli. Francis Bacon disecciona de un espejo las vísceras y Kandinsky es todo un filósofo del bisturí. La materia se contorsiona, se estremece, se corta y sinúa sabia; hoy me dijo mi hermano paseando por Atocha que a esto lo llaman los sabios de la ingenieria “Back ground” y que se lían a enlazar como si de vigas se tratase las palabras de uno y otro idioma en jerga vulgar, necia y horrenda.
En fin, la otra tarde, en plaza de España frente al Ritz, una tarde fría, unos seis grados, después de haber visitado el cuartel del Conde Duque ideado por Velazquez, me fumé un cigarrillo de marihuana con un chileno madrileño que resultó bien simpático. Me invitan a cenar, me marcho, ya sabes, tienes la dirección y el teléfono. Adiós.
Ahh, me viene a la memoria alguna sombra que se negaba a entrar en la Academia porque allí no se podía ir en zapatillas. Pues la Academia no sé, pero en la hermosa Biblioteca Nacional puedo decir, por propia experiencia, que no puede entrar cualquier español, qué digo, cualquier ciudadano universal con ansias de saber, como si dijéramos, en zapatillas. Por cierto, ¿son todos ricos en Madrid o el capitalismo aplasta ya al pueblo?. Mierda de vanidad; hoy todo son requisitos. Las señoronas con voz de pito pasean al bisonte y los señores con sus coches juegan a ver cuál más corre, y el otro día encontré una linda madrileña que se reía necia de unos pobres. Mentiras, nada más. Complicaciones abstrusas. Insencillez y pomposidad, eso es la cultura moderna, eso es el pensamiento moderno que hierve en los capilares de esta metrópoli como otra cualquiera. Vanidad. Todos somos unos perros.
Hacia Sol el metro apretaba cuando, barba de varios días, camisa verde y sucio gabán, orador sempiterno, un vagabundo clamaba por su vida a los ajenos transeúntes. Derrotado se apeo sin nada. ¿Qué pensar?. ¿Qué pensar?. Cada uno hace su vida; ¿le está al hombre permitido fallar?. Los del Nacional lo ven todo muy alto. Por cierto, por qué las mujeres son bellas allá donde se vaya. En Madrid hay ciudadanas del mundo realmente bellas y una especie que yo jamás había encontrado; una mujer caballuna, que abunda, de miembros grandes, canijos y huesudos. Sus narices son amplias y sus mandíbulas fuertes. Una especie de anoréxica mal criada que se mueve por el metro cabizbaja como una sombra. En Madrid todos los árboles tienen sombra y todo alejandrino se extiende el sol sobre los tremendos edificios y las solitarias multitudes donde todo se puede encontrar.
En Madrid caminar habla y se habla con quien se puede caminando. Y caminando, antes de encontrar la noche, encontré perdido una licorería chiquitita de madera arrinconada, adquirí una petaca tersa y me marché a conquistar Madrid. Fue entonces, en Banco de España, cuando conocí a Alejandro Magno que paseaba la calle tieso y enhiesto mirando al cielo mas, cuando me percaté, se había marchado y mirando al cielo quede pensativo. Velázquez es el pintor de mis sueños y Goya el biógrafo de mis pesadillas.
El museo del Prado también lo visité ebrio y encontré por las sombras sombras que entendía, que me susurraban en el oído recuerdos lejanos de tiempos remotos.
Amanece. El jardín botánico, qué oasis, qué mar cosmopolita en flor; un bosque impresionista desde el Nacional, dentro el paraíso arrulla en sus entrañas el estrépito del tráfico de semillas que vuelan como sombras alrededor de los robustos troncos en flor, los musgos, el liquen, las rosas y el bambú y el árbol del amor con corazones ásperos por hojas. Un corto paseo entre urgencias me devolvió la vida antes de que esta crónica tuviera final volando por los estratos terrestres divinos de la Meseta, Despeñaperros y Andalucía.

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