jueves, 9 de diciembre de 2010

Essai sur le Homme


El objeto no es el hombre. El objeto soy yo. O, mejor, carezcamos de objeto para encontrar el sujeto concreto que no parar de pensar que los objetos no son más que meros sujetos que hacen de uno mismo el objeto más falaz. El hombre confunde hasta lo inesperado; entre la sutil dulzura del pecado y las confusiones que nacen del materialismo, el hombre se ha transformado en una maquina del amor cortés y del corpóreo idealismo, del placer que no lo es y que ni siquiera capta el sentido, estupidizado. Antes soledad que sociedad, el hombre es una masa obtusa carente de toda lógica vital; la vida no es vida, se vive sin vivir, todo dentro y todo de fuera el hombre cansado hasta la saciedad se retira a dormir. ¡Qué vergüenza del hombre que no sabe olvidar aquello que no importa!. En fin, el hombre es un ser sumamente distraído y como no levanta la cabeza todo se condensa para abrumarnos al levantarla, inclinando las cabezas al suelo. Como el joven enamorado que tropieza con el escalón allá donde se lo halla, y creando en su cabeza damas más bellas que la suya, no se atreve a levantarla no sea que su amada linda lo esté acechando dispuesta a sumirlo en un mar de dolor; de la misma forma el hombre yerra la vida. ¿Cuál es la forma por la que el joven supera su trauma?. Sencillamente, como todo hombre, dándole coherencia, es decir que al percibir la imposibilidad de salvar las bardas de la doncella, aún sabiendo de la más bella, optará sin remedio por "el mejor mundos de los posibles" y Dulcinea, a partir de entonces, será la más bella del lugar. De lo que se deduce que el hombre conoce lo posible pero se conforma con lo estable a cuenta de su misma potencialidad y a costa del peso estable que no cree poder voltear. El hombre conoce la libertad, por lo tanto, pero no está dispuesto a asumirla, es decir, el inmenso problema del hombre es su pusilanimidad. Se miente el hombre en infinidad de ocasiones debido al estúpido sentido romántico de la existencia y del querer y la necesidad. Sólo mienten los cobardes; no hay cobarde más grande que el enamorado ya que consta de dos en lugar de un sujeto a conservar, y de uno frente a dos cuando por lo común ya se ve postergado en la grandeza que podría ser por el mismo. El hombre no se entretiene con dos y preserva celoso todo lo que puede preservar le pertenezca o no le pertenezca, le importe o no le importe. Es decir, el hombre es cobarde y avaro como el amante, y el cobarde es aquel que teme porque tiene algo que perder, cuando está desnudo; es decir el cobarde es ciego o astigmático o miope. En una ocasión escribí: el amor es la necesidad que siente el hombre de unirse con todo aquello con lo que por origen se pertenece y que el devenir ha dispuesto como complementario de su ser. De lo que se desprende que el amor es un ansia de origen. Y el origen qué es. Qué origen. Las cosas nacen o nacieron de su mera no existencia, como la dejadez que precede el enamoramiento y en la que el futuro enamorado se humilla y desprecia mil veces en su vida, en su estado; y acaba proponiendo aquel objeto que se fijó levemente- por otros motivos muy sinceros y elencos- como el fin de sus males tan profundos, su enamorada. El ser viviendo sin vivir en él, en el principio de la vida siempre está la muerte y qué es la vida y qué es el hombre sino amor. El hombre ama la música que sinua viva, el supermercado de niñas lindas, hay hombres que aman la duda y aquellos que aman el perro o al transistor. Hombres que aman no amar y otros que aman a mama, o al nene del taller o a la guapa de la esquina. En fin, amamos. Nuestra vida se estructura a través de una lógica amor desamor con sus respectivos procesos físicos y vitales y coercitivos ,y de ahí hemos de partir para llegar al sujeto concreto que no para de pensar que los objetos no son más que meros sujetos que hacen de uno mismo el objeto más falaz.

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