jueves, 2 de diciembre de 2010

Reflexiones. Martin Heidegger en el ambulatorio.

Las diez de la mañana con sol frío atravesando los ventanales que dan a la plaza. En el interior una tras o otra varias filas de extensos bancos de madera desvencijada y carcomida y un par de papeleras son todo el mobiliario de la amplia estancia iluminada. En uno de los bancos un anciano sereno espera su turno. “Hola, qué tal”. “Bien, ¿y usted?”. “Eso venía preguntándome yo; que sintiendo lo que digo, siempre encuentra uno alguien que lo diga, al menos de otro modo, pero con el mismo sentido”. “Debe usted estar acatarrado”. “No, por dios, -diría si fuera lícito-, que a veces los otros son uno mismo”. “Puede que, en ese caso, sea lícito pensar que hablemos de algo que tiene sentido”. “Pues hablemos de aquello que no lo tenga. Los filósofos son poetas amanerados”. “Se relían con los conceptos porque no saben ser poetas”. “Es cierto, hay que visitar el abismo donde sólo se intuye el vacío infinito de la profundidad revolviéndose contra ella misma en el oído”. “Demasiado poeta”. “Demasiada alegría”. “Sereno”. “Como la viva llama que luce en la oscuridad hasta consumir el oxigeno”. “Con calma y oscilando”. “En la vida hay que esperar que llegue el momento y en la quietud se encuentra el infinito movimiento y dentro del infinito movimiento la quietud, como en la llama”. “Me parece haber vivido esto ya antes; yo, filósofo, no lo dijera si nos escuchasen”. “Ya comprendo tu visita al médico”. “Sólo era una impertinencia del autor; una infamia poética pasajera, nada más”. “En fin, la vida”. “Eso. Nadie lo diría porque nada se conoce”. “En la actualidad el hombre tiene la misma capacidad para ver que oler”. “Y para conocer que volar. Entre un sí y un no encuentra una tautología”. Y entonces aparece Ortega, sereno como un príncipe ibérico, y se sienta reflexivo, pleno y cansado como el guerrero más tenaz vivo en la batalla y vivo en el descanso. “Buenos días, Martin”. “Buenos días”. “Buenos días”. “Buenos días”. “Buenos días”. “Buenos días”. “Martin, venía pensando que el filósofo español está condenado al sujeto concreto”. “ No sé si se podrá colegir de vuestras reflexiones”. “Miguel de Unamuno tiene mucho que decir en eso”. “Eso me han dicho”. “Pensándolo bien, se ve enseguida lo que ha dado de sí la Alemania Central, así como Prusia Oriental, Silesia y Bohemia”. “Circunstancias dialectales”. “Siempre tantas cosas puestas sobre la nada; siempre nada diferente y siempre lo de dentro tiene su reflejo fuera y a la inversa”. “En fin, caballeros, llega mi turno”. “Que se disuelva, pues, la discusión”. Y Martin se adentra por la puerta del gabinete solitario; y yo me marcho en busca del sol y la sombra, y Ortega, como el panadero y el zapatero remendón, da una cabezadita alegre mecido en el calor del sol.

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